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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

sábado, 27 de agosto de 2011

Cuando pedimos que cambien los otros


En las Iglesias orientales se cuenta el relato de tres peregrinos que, yendo de camino a Tierra Santa, se perdieron del resto de la caravana en la que viajaban. Al ir a mirar en el morral los víveres que llevaban descubrieron que entre los tres tenían una sola manzana...
Cada uno de ellos rezó así:
el primero pidió a Dios que transformara esa manzana en mil de manera que los tres pudieran tener comida suficiente para todo el viaje;
el segundo pidió a Dios que hiciera de esa manzana una muy grande, muy grande...tan grande que pudieran alimentarles durante mucho tiempo;
y el tercero rezó así: "Señor de la vida, haznos pequeños para que esta manzana que nos has dado de tu bondad pueda servirnos de alimento en nuestro camino"


Cuantas veces, con buenísimas intenciones, deseamos que cambien "esas manzanas" con las que hacemos el camino de la vida; cuantas veces, en momentos de falta de entendimiento y dificultad, pedimos y esperamos que sea el otro quien modifique su manera de ser; con cuanta frecuencia olvidamos que las relaciones son, como mínimo, cosa de dos; con cuanta facilidad pensamos que la solución del problema está en la transformación del otro...
Y a pesar de todos nuestros deseos y súplicas, el otro sigue siendo quién es...

Volviendo al relato oriental que encabeza la página: ¿no será que nuestra súplica habrá de parecerse a la del tercer peregrino? 
Quizás sea éste el reto: dejar de ansiar tanto el cambio del otro para aceptarlo, valorarlo, y respetarlo tal cual es; permitir que sea tal como ha sido pensado y ayudar a que lo sea en plenitud; atrevernos a reconocer que la aceptación e integración de las diferencias nos hace a todos un poco mas grandes; gozarnos en la complementariedad; ser decididamente universales; querer al otro tal y como se nos ha dado y dar gracias porque a nosotros se nos quiere tal como somos...
Y más difícil todavía: meditar qué hemos de cambiar en nosotros; pedir, no por la metamorfosis de los demás, sino porque esa conversión que tanto necesitamos se produzca en nosotros mismos.

Que seamos el peregrino que reza:
Señor de la vida, hazme pequeño para poder llegar a ser como Tú quieres que sea, y serlo con los demás, para los demás y hacia los demás


Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana


2 comentarios:

  1. Ana: muchas gracias por tus regalos dominicales. Todos los días cuando leo, y releo, tus entregas semanales, siempre profundas y con grandes valores en el mensaje, le pido a Dios que no te canses nunca de seguir obsequiándonos con este tipo de escritos.
    Repito, ¡GRACIAS, Ana! Un beso. Ramón

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  2. Ana cuanta razón tines, me ha gustado mucho el mensaje de esta semana "peregrina". Siempre esperamos que cambie el otro, siempre decimos que el culpalble es el de mas allá...pero no nos queremos dar cuenta que los primeros que tenemos que cambiar para que algo se modifique somos nosotros, necesitamos un baño de humildad. Un beso, Fernando.

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