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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 29 de mayo de 2011

Así en la tierra como en el cielo

Juicio Universal de la Capilla Sixtina- Miguel Angel

Seguro que alguna vez te has preguntado sobre qué pasará después de que hayamos vivido; a dónde iremos; si se nos tratará a todos de la misma manera; qué ocurrirá con aquellos a los que les ha tocado sufrir en esta vida mientras solo les sostenía la esperanza de la otra; si se hará por fin justicia...

¿Es este el gran interrogante sin respuesta que mantiene en vilo al ser humano?
¿Estamos seguros de que nuestros actos- tanto los hechos desde el egoísmo como los que genera nuestra bondad- no tendrán consecuencias?
Y ese deseo de justicia que parece estar profundamente arraigado en todos nosotros, ¿nos importa por lo que nos toque o pensamos en aquellos que necesitan de verdad que se haga justicia con ellos...?

De vez en cuando barajo estas preguntas en mi cabeza con cierto temor, alguna inquietud pero definitiva esperanza.
Dando vueltas a estos pensamientos, una tarde estudié una catequesis de Benedicto XVI sobre el credo. El credo que profesamos tiene una parte sobre el Juicio Final:

"Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos"

Y fue el escrito del Papa quién me ha ido dando pistas para vivir el "gran interrogante" de manera tranquila, responsablemente despreocupada, confiada...

"Juicio, ¿acaso esta palabra no nos hace tener miedo también? Por otro lado, ¿no deseamos tal vez todos que un día se haga justicia a todos los condenados injustamente, a cuantos han sufrido a lo largo de la vida y después de una vida llena de dolor han sido tragados por la muerte? ¿No queremos acaso que el exceso de injusticia y sufrimiento que vemos en la historia, al final se disuelva; que todos en definitiva puedan estar alegres, que todo adquiera un sentido? Este triunfo de la justicia, esta conjunción de tantos fragmentos de historia que parecen privados de sentido e integrarlos en un todo en el que dominen la verdad y el amor: es esto lo que significa el concepto del Juicio universal. La fe no está para dar miedo; en cambio –con certeza- nos llama a la responsabilidad. No debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de ella; tampoco debemos guardarla para nosotros mismos; frente a la injusticia no debemos permanecer indiferentes, haciéndonos colaboradores silenciosos o incluso cómplices. Debemos percibir nuestra misión en la historia y buscar corresponder. Lo que se necesita no es miedo sino responsabilidad –responsabilidad y preocupación por nuestra salvación, y por la salvación de todo el mundo. Pero cuando la responsabilidad y preocupación tienden a volverse miedo, deberíamos recordar las palabras de San Juan: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis; Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo” (1 Jn 2:1). “En caso de que nos condene nuestra conciencia –Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (ibid., 3:20)
Homilía durante la Santa Misa 
en la explanada 

del Islinger Feld de Ratisbona 
(12 de septiembre de 2006)


Son palabras de oportuna actualidad. Palabras que no solo me confortan ante ese qué pasará tras haber vivido sino que me invitan a ayudar a transformar un presente tan revuelto como el que atravesamos. De alguna manera, a pesar de estar sufriendo lo que es una sociedad sin valores pero con intereses y experimentar el daño que esto nos está haciendo a todos, estoy convencida de que es posible el cambio. 
Yo quiero contribuir a él humilde y solidariamente; viviendo sin miedo pero con responsabilidad; cuidando de la vida que se nos ha dado calladamente, sin estridencias, con la única desmesura de "amar hasta el extremo"; despreciando la indiferencia e implicándome en el día a día; sabiendo que todos somos imprescindibles para hacer de este mundo un lugar mejor; "buscando primero el Reino de Dios y su justicia con la confianza de que lo demás se nos dará por añadidura"

Que sepamos ser justos, con nosotros mismos, con los demás, con el mundo que habitamos; y que este sentido de justicia nos acompañe primero en la tierra para después poder gozar de él en el cielo.

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana

domingo, 22 de mayo de 2011

"Bailando con lobos"

Quiero contarte un cuento que quizás ya conozcas- una cadena de tiendas lo ha impreso en sus bolsas de papel-. El cuento dice así:
“Un anciano cherokee le habla de la vida a su nieto. – Hay una gran batalla dentro de mí– le dice al chico. – Es una lucha terrible. Es una lucha entre dos lobos. Uno es el mal – él es la envidia, la codicia, la arrogancia, el resentimiento, la inferioridad, la mentira, la soberbia. El otro es el bien – continua el anciano – él es la alegría, la paz, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la amabilidad, la empatía, la generosidad, la verdad, la compasión y la fe. Esta misma lucha ocurre dentro de ti. Y dentro de cada uno de nosotros.
El nieto se queda pensando en lo que le había dicho su abuelo y pasado un tiempo le pregunta – ¿qué lobo vencerá, abuelo?

El anciano simplemente responde – el que tú alimentes.”
Hace tiempo que este cuento me ayuda en la vida cotidiana. Me ha enseñado a reconocer mis propios lobos y también los de los demás. 

El lobo malo que vive dentro de mí, muchas veces despierta y quiere, da igual si con razón o sin ella, rebelarse, imponerse, decir que está en lo cierto, mostrar su ira, ganar...pero, sobre todo, recordarme que está ahí, siempre vivo y dispuesto a atacar en cuanto le conceda la mínima oportunidad...
Yo intento calmarle; le ignoro, para ver si se apacigua; me esfuerzo en borrar su memoria; le digo que no me gusta y, corro en ayuda del lobo bueno, para pedirle que  luche y se imponga sobre el lobo malo...La vida con el lobo bueno es, siempre, más bella...
También danzo con los lobos de los otros. Admiro al lobo bueno y disfruto con él; es amable, me hace reír, me alivia los pesos cotidianos, hace que me sienta feliz sencillamente por el hecho de estar viva...
Igualmente sé reconocer al lobo malo: es impredecible, desconfiado, violento; aparece cuando menos lo esperas; su fuerza me arrolla; su agresividad me envuelve en tristeza.... 
En esa distancia corta en la que a veces el lobo malo del otro me amenaza, he aprendido a retirarme en silencio, a no decir nada, a esperar a que se aleje para, de nuevo, volver a disfrutar del buen lobo. 
He aprendido también a no guardar memoria del daño que el lobo malo me ha hecho; perdonar sus acciones es el mejor modo de alimentar al buen lobo...

Yo quiero que en todos nosotros gane el bueno- ¡como en las películas!-, y deseo trabajar para ello. Intuyo que la lucha será hasta el final pero sé que cuento con tu ayuda, con la certeza de que tú también estás luchando, con la convicción de que el esfuerzo no será estéril.

La danza con lobos nos acompaña toda la vida...El intentar reconocer, con humildad, lo que hay en nuestro interior es el primer paso para la victoria.


Te quiero mucho. Hasta el domingo.


Ana

domingo, 15 de mayo de 2011

Cuando la vida nos pone a prueba

Llevo una temporada en la que, súbitamente, mucha gente joven - ¡vaya, de mi edad!- que me rodea y a la que quiero se pone malita y muy malita.
La lista de aquellos por los que pedimos mi hija y yo en nuestra oración de cada noche se ha ido haciendo, casi sin darnos cuenta, cada vez más larga... Inesperadamente, la vida nos pone a prueba...

Y yo me entero así: estás afanada en los quehaceres cotidianos y, de repente, suena un teléfono al que contestas con la alegría de poder hablar con un amigo; sus palabras anunciando las malas noticias te sobrecogen, te desconciertan, te dejan helado; ninguno de los dos sabemos lo que decir, hay silencios, vuelven recuerdos que nos hacen esbozar sonrisas amargas... pero aún así acabamos acordando la estrategia de lucha- de alguna manera, el ser peleones, el luchar por nosotros mismos y por otros, nos ha unido en la amistad y no iba a ser menos ahora-; tras un buen rato cuelgas mientras te quedas colgado de tanto como lo que te une a tu amigo...
Sus noticias han irrumpido en nuestra cotidianidad brutalmente, sin piedad, sin pedir permiso y te estremecen y noquean y tocan algo en tu interior que te impide ser el mismo que habías sido hasta ese momento.

Los amigos de quienes te hablo son jóvenes, luchadores, fuertes, a los que en uno de los momentos más jugosos de su vida va la enfermedad y les pone a prueba. Son personas en la mitad de su proyecto vital; aún les queda un montón de cosas por hacer; y yo, egoístamente, necesito de su presencia en este mundo. Son gente muy válida profesionalmente, generosos, indispensables en sus familias, gente de bien a la que las circunstancias les obligan a hacer el esfuerzo de olvidarse de todo y de todos y de luchar por ellos mismos. Para ellos, súbitamente, todo lo planeado queda suspendido; llegan otras prioridades que, sin solicitarlo, se imponen; lo que hasta ese momento había sido imprescindible pierde toda su importancia; lo insospechado se convierte en protagonista.


Pero son amigos en los que, a pesar de la dificultad con la que han de enfrentarse, la vida puede más. Y lo creo porque en esos momentos en los que los demás nos quedamos paralizados por la noticia, ellos, en silencio, en esa soledad profunda en la que uno se enfrenta a la realidad más cruda de la vida, ponen en marcha resortes que les lanzan a luchar, a buscar soluciones, a aferrarse a la vida.

Y yo, ¿qué hago? Lo primero que les digo es que les quiero- menos mal que se lo he dicho también en otras ocasiones; nunca me ha gustado dejar para los momentos trágicos las declaraciones esenciales y la del amor es la más sublime-; después doy mi tiempo y toda mi energía para ayudarles en su estrategia; casi simultáneamente les acomodo en esa habitación privilegiada del corazón que tiene acceso directo a la memoria, en la que abundan las almohadas de la esperanza y siempre está inundada por la luz de la fe...
Cuando dejo de pensar en ellos- si eso fuera posible- miro a mi alrededor y, con un dolor que me reprende por mirarme a mi misma en momentos así, pienso que qué suerte tengo; que cuantas gracias hemos de dar por el don de levantarnos con energía cada mañana y por constatar que, de momento, la vida respeta nuestra cotidianidad.
Con el paso del tiempo he aprendido una cosa: la vida se empeña en enseñarnos, la mayoría de las veces con golpes brutales, que hay muy pocas cosas esenciales - ya lo hemos comentado más veces: la mayoría de ellas son invisibles a los ojos-; que, como ya nos advirtió Jesús en su parábola, "a cada día le basta su afán"; que lo único que poseemos es el presente y la capacidad de disfrutarlo...Somos alumnos testarudos, sin embargo; muchas veces, afanados en las pequeñeces de cada día nos olvidamos del hermoso regalo que es vivir.

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana

domingo, 8 de mayo de 2011

Se buscan




Mi página de hoy te la dedico a ti que eres mi amigo, mi compañero, el otro al que quiero, respeto y admiro. Es una página que complementa a la de la semana pasada; sí, a esa en la que te contaba cómo nos va a las mujeres...
Mi página de hoy va por ti que eres hombre y eres parte importante de mi vida.

En esta página, quisiera expresar mi percepción sobre el "momento histórico" que tu y tantos hombres de mediana edad- espero que los más jóvenes os sintáis ajenos a esto- atravesáis, con la esperanza de que me comentes y me cuentes lo que sientes, porque bien sé que tu también sabes sentir.
Quizá no te reconozcas  en esto que escribo y ¡bendito sea! Las buenas excepciones siempre son signo de esperanza y, de alguna manera, anuncian los cambios. Pero permíteme que hable a la generalidad, por lo menos a esa que se da en mi entorno.

Empezaría afirmando que las cosas han cambiado mucho en pocos años. Yéndome al extremo te cuento que aún recuerdo a mi padre cuando ayudaba "un poco en casa"; por ejemplo, recogía la mesa de todos los días -éramos muchos y había mucho que hacer...dicen que "a la fuerza ahorcan"- excepto cuando alguien de fuera venía a comer: se negaba a hacer en público un trabajo que no era "cosa de hombres"...Sobra el decir que dio la vida por todos nosotros.

Poco a poco, "el cosa de hombres" ha ido desapareciendo...Las mujeres hemos tenido o querido salir a trabajar fuera y os hemos pedido que nos echéis una mano en casa cuando alguno de vosotros, mi marido el primero, no sabía dónde estaba la lavadora.
En nada de tiempo habéis aprendido que cada cosa tiene un sitio donde guardarse, perdido la vergüenza de ir con el carrito de la compra al supermercado, poner un termómetro a ese enano con fiebre que pregunta por mamá, volver a casa y buscarnos inútilmente porque no hemos llegado y, cuando lo hacemos, ¡vete a saber con qué cara entramos!
En el trabajo, la presencia femenina en ocasiones con dotes de mando, cuándo menos os ha sorprendido... No sé si os es fácil aceptar que sea una mujer la que mande...
Creo también que las pre-jubilaciones os han hecho mucho daño. El mercado laboral ha renunciado a talento y experiencia por ahorrarse unos pocos euros que posiblemente no le estén rindiendo.
Más grave aún es el caso de los que estáis perdiendo el trabajo y es la mujer la que lleva el dinero a casa...

Ante este caos quiero hallar soluciones y necesito también de ti, de vosotros para encontrarlas...Por eso os busco.
Quizá el paso previo para encontrar estas soluciones solicite lo que yo llamo "una declaración de amor", aunque no se estile. Aquí va la mía: lo primero que quiero es empatizar con vosotros; deciros que bien sé que la adaptación no es fácil, que quizás las generaciones futuras no sufran el cambio pero que a la mayoría de nosotros, y ahora me incluyo, nos está costando un desconcierto.
Lo segundo es confesaros que nosotras, las mujeres, os queremos, quizá mucho más de lo que la esquizofrenia personal nos permite expresar.
Por último, aseguraros que, aunque nos han hecho creer que somos supermujeres, necesitamos de vuestra complementariedad.

A los dos- a mí como mujer y a ti como hombre- nos toca esperar, pero vamos a hacerlo juntos, no en contra. Y mientras se da ese cambio genético que hará fácil lo que ahora es tan difícil, quiero crecer en la convicción de que la aventura de la vida no sería tan hermosa sin ambas partes.

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana 

domingo, 1 de mayo de 2011

"Mujeres al borde de un ataque de nervios"



No, no te quiero hablar de la película de Almodóvar que hace tanto tiempo me hizo reír; quisiera hablarte y aunque te parezca mentira, sin acritud, de lo que tantas veces es el día a día para una mujer como yo...y supongo que también para una mujer como tú. (Perdona que hoy no me dirija a ti, que eres hombre, aunque sí te menciono porque te quiero y necesito que nos echéis una mano). 

Acabo de empezar una nueva jornada: no he dormido bien porque a mi hija le sigue doliendo la espalda; me espera un día de trabajo complicado; María necesita que vuelva a casa lo más pronto posible para ayudarle con la física y química de la que ya ni me acuerdo; mi marido, en un intento de colaborar para que el día vaya bien, no sabe qué va a hacer de cena y me pregunta sobre ello mientras yo pienso que, ¡qué lejos me queda la noche!; antes de salir me llama una amiga para preguntar que qué tal y que a ver cuando cae ese café que nunca tomamos;  el del banco me manda un correo pidiendo que le envíe un justificante de no sé qué pago; necesito llamar a mi madre para saber que está bien; la señora que me ayuda en las tareas de casa me mira con lástima y complicidad (ella vive un caos muy semejante al mío) pero no tiene mas remedio que decirme que la nevera está vacía; la perra parece que necesita un baño (creo que voy a pedirle que se duche sola); hay también otro montón de cosas a las que tengo que dedicar un rato...y yo cierro la puerta de casa y marcho pensando: ¡¡¡pero esto...qué es!!!

Como tú, soy mujer, madre, esposa, trabajadora, amiga, ama de casa, hija, hermana y no sé cuantos "títulos" más y bien sabes que no es tarea fácil.

Cuando naces mujer asumes con naturalidad el tener las mismas oportunidades que tus hermanos o tus compañeros. Te preparas con mimo, esfuerzo y vocación para desarrollar una profesión. Para muchas de nosotras, justo en el momento en que las metas profesionales son más atractivas, se cruza en la vida esa persona que resulta ser la que te elige y eliges como compañero de camino... Más tarde, la naturaleza nos despierta el instinto materno y nos regala los hijos. Ellos, al llegar, protagonizan uno de los momentos más sublimes de nuestra vida. Y cuando llegan...se quedan para siempre.
Es en ese momento, sobre todo, cuando una se ve obligada a optar y decidir cuantas cosas puede y debe hacer sabiendo que es una persona con sus límites y que el día solo tiene ¡24 horas!

Entonces, hay mujeres que optan por quedarse en casa para realizar la labor, a mi parecer, más maravillosa del mundo: la de estar siempre ahí, al servicio de los otros, con una presencia tantas veces inadvertida.

Otras mujeres optamos, o la vida y sus circunstancias nos hacen optar, por compaginar el trabajo fuera y dentro de casa.

No puedo olvidarme de aquellas mujeres que, empujadas por una vocación universal de servicio, renuncian a una vida de familia para poder dar, desinteresadamente, lo mejor de ellas mismas al mundo en el que vivimos...

¿Y sabes lo que pasa? ¡Que ninguna de las tres opciones es fácil!
A aquellas que se han quedado en casa las hemos olvidado todos: los de dentro, los de fuera y si me apuras un poco, hasta ellas mismas... ¡Cuántas amigas tengo cuya autoestima está por los suelos porque ni la sociedad, ni incluso a veces los suyos les valoran la entrega, la generosidad, la renuncia que hacen por los demás...!

Las que intentamos compaginar familia con trabajo vivimos una auténtica esquizofrenia. 
La exigencia del trabajo es máxima mientras que seguimos sin ser reconocidas en muchos aspectos.
En casa, el hombre intenta echar una mano pero, seamos honestas con nosotras mismas: hombre y mujer son dos seres biológicamente diferentes (no introduzco aquí otras distinciones históricas, sociales, culturales, de tradición...) y creo que estas diferencias justifican más que de sobra algún que otro desencuentro. 
Los hijos, a pesar de querer ayudar, siguen acomodados en algunas actitudes confortables a las que les es muy difícil renunciar. ¡Y mira que son buenos y lo intentan! 
Y me queda la sociedad que, a pesar de algunos esfuerzos, no ha dado con la fórmula para permitir que las mujeres podamos, confortablemente, llegar a casi todo...

Por último, aquellas mujeres que han renunciado a todo por un amor más universal, a veces son incomprendidas, desconocidas, olvidadas...

Bien cierto es que, cuando miramos atrás en la historia, la mujer ha conseguido con mucha lucha y esfuerzo unos derechos que le han pertenecido desde siempre pero que también, desde siempre, se le han negado por el simple hecho de ser mujer. Yo me alegro de esta conquista y mi profundo agradecimiento a todas esas mujeres que lo han hecho posible. Pero, tras el "logro", mi miedo actual es si no estaremos dándonos demasiado; dándonos y gastándonos, a veces, hasta la extenuación...

Necesitamos ayudarnos, y sentirnos ayudadas por los demás, a valorar lo bello que es ser mujer y las posibilidades de acariciar la vida que eso comporta. Este es el gran reto. 
Pero mientras todas esas ayudas llegan, mientras todos los cambios que necesitamos se producen, estamos obligadas a sobrevivir y no morir en el intento...
Para ello, yo he tenido que llegar a conclusiones personales y probablemente válidas solo para mí; a pesar de ello quiero compartirlas contigo: porque las prioridades en la vida van cambiando y encima no te piden permiso, lo único que he aprendido a hacer es reconocer, en cada momento, cual es la prioridad más importante y ser consecuente con ello. ¿Que esto implica renuncias? Naturalmente. ¿Que nadie me lo va a reconocer ni a aplaudir? Lo doy por supuesto. Pero hay algo de lo que estoy convencida: la tarea más hermosa en la vida es ser, constantemente, fiel a uno mismo. 
Ojalá que cuando llegue el día en que demos nuestra tarea por concluida podamos decir de nosotras mismas: 

              "Yo soy aquella mujer que escaló la montaña de la vida 
     removiendo piedras y plantando flores".                                                                           (Cora Coralina, poetisa brasileña  1891-1985).


Te quiero mucho. Hasta el domingo


Ana