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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 31 de julio de 2011

Esperar


Salimos de vivir una época en la que todo ha sido prácticamente instantáneo. Las posibilidades económicas, el progreso tecnológico, el fenómeno llamado globalización, entre otros factores, nos han permitido tener acceso fulminante a aquello que deseábamos.

Nuestros hijos han crecido con la necesidad de que todo fuera inmediato: "quiero o necesito esto para ahora"...Quizá se nos haya olvidado enseñarles, porque no hemos estado obligados a ello, lo bello que es saber esperar. ¿Será que también se nos ha olvidado a nosotros?

Hoy las cosas, sobre todo desde el punto de vista económico, parece que vuelven a ser distintas y en la adaptación que sin duda tenemos que hacer, junto al sufrimiento de aquellos que realmente están pasándolo mal, descubro la posibilidad de recuperar valores que el dinero y las ansias de tener cada vez más habían conseguido enterrar. Uno de estos valores es el de esperar...                                                                           Esperar a conseguir lo que nos hemos propuesto; esperar a tener algo que compraremos tras ahorro y esfuerzo; esperar a que nos vaya mejor; esperar a que se cumplan nuestros sueños... 
Esperar... y mientras se espera, subrayar los aspectos más hermosos de aquello que con ilusión aguardamos; hacerlos presentes en nuestro corazón de una manera más intensa; capacitarlos para que nos devuelvan la ilusión, la fe y nos hagan crecer en perseverancia...
Esperar mientras que, absortos en la espera, nos olvidamos de la necesidad de lo esperado para disfrutar de su valor.   


Los hombres del campo saben esperar y conocen lo que esa espera implica; se pasan los días mirando al cielo y mirando al suelo. Miran su labranza, su siembra y después alzan los ojos al cielo esperando a que llueva o salga el sol...Tienen la certeza de que la recolección no solo depende de ellos.
Y yo me pregunto: ¿será que tendremos que volver a mirar al cielo mientras esperamos a recoger nuestra cosecha?

Probablemente esperar no sea más que crecer en humildad y paciencia, sabiendo que no todo está en nuestras manos, sino que hay Alguien más grande que nosotros que está ahí y que de alguna manera, siempre impredecible, permite que aquello que necesitamos se nos vaya concediendo de maneras y formas insospechadas, en el momento oportuno.

De alguna manera, saber esperar solo sea reconocer que no lo podemos todo...
Quizá haya que volver a mirar al cielo, a pedir y a confiar.

Te quiero mucho. Hasta el domingo.

Ana



domingo, 24 de julio de 2011

Imagina



Imagina que la vida ha pasado y te has hecho mayor...
Imagina que, tras tantos años andando, las piernas han dicho ya no más y les has dado descanso sentándote para siempre en una silla de ruedas...
Imagínate en esa silla, empujado por la persona, casi igual de mayor que tu, con la que has compartido toda una vida...
Imagina que, después de tanto como habéis luchado y cuando solo queda rezar, os sigue gustando ir a misa de diario...Y que llegáis ahí cada mañana, tú en tu silla de ruedas, empujado por quien ha decidido permanecer a tu lado hasta el final...
Imagina que tu silla no cabe en un banco normal de la Iglesia y que quedas a un lado, un poco retirado, en una soledad no sé si querida pero no buscada...
Imagina que aún así, intuyes que el otro, el que te sostiene y empuja está un banco detrás de ti...
Imagina que vives la misa con piedad, con confianza pides por aquellos que quieres, y con humildad agradeces tanto como se te ha ido regalando...
Imagina entonces que se acerca el momento de acudir a comulgar...Y que sigues ahí, solo, sin poderte mover de esa silla que te ayuda pero que definitivamente te ha convertido en espectador del teatro de la vida... Entonces imagina que, de repente, sientes que la mano del que te quiere se posa sobre tu hombro para decirte que te va a acercar hasta el Señor...Imagínate empujado por él para recibir al Dios de la vida... Imagínate inmensamente agradecido y feliz.

Yo no puedo imaginarlo porque se me concedió la oportunidad de contemplarlo; una escena, estoy segura, que no casual, sino fruto de renuncias, de diálogo, de donación, de templanza, de entrega...Y, al contemplarlo, me sentí orgullosa del ser humano y profundamente feliz.

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana

domingo, 17 de julio de 2011

Cáritas


No sé si alguna vez te has preguntado sobre la colecta de dinero que hacemos en la misa de cada domingo. En el momento de las ofrendas, alguien pasa con una cesta y, nuestra mano, sin que la vea la otra- "no sepa vuestra izquierda lo que hace vuestra mano derecha"- acude al bolsillo y lo deja un poco más ligero.
Con este gesto, y con otros que nadie ve, ofrecemos parte del fruto de nuestro trabajo en la búsqueda del bien de nuestros hermanos más necesitados, quienes quiera que sean, aquellos que, como en la parábola del buen samaritano, encontramos "casualmente"...

Pues bien, he aprendido que mucha parte de ese dinero va destinado a Cáritas, la organización sociocaritativa de la Iglesia Católica. Cáritas, como Iglesia que recuerda el mandato de Jesús, cumple con el ministerio de la caridad, del amor y la ayuda al prójimo...
Y lo que Cáritas hace, más del 60% lo lleva a cabo con el dinero de aportaciones privadas; entre otras, con ese dinero que, con mayor o menor esfuerzo, abandona cada domingo nuestro bolsillo.

Acabo de leer que Cáritas, en toda España, ha pasado de atender de 400.000 personas en el 2007 a 950.000 en el 2010; personas que, en su mayoría, han perdido su empleo como consecuencia de la crisis, y "que si en los primeros momentos de esta comenzaron siendo desempleados “recientes”, han pasado ahora a ser parados de “larga duración”; que son, en amplio porcentaje, familias jóvenes, con uno o dos hijos pequeños, y jóvenes desempleados en busca del primer empleo...
Hacen colas interminables a las puertas de las parroquias...Yo he sido testigo de esas colas... Colas que dibujan el dato de que la pobreza relativa en España alcanza ya a un 20,8 por ciento de la población (casi 10 millones de personas).


Pero lo importante no son las cifras, aunque sean aterradoras...Lo que hay que contar son las vidas de las personas y familias que se esconden tras los datos.

Y, ante esto, creo que no nos podemos quedar en la indiferencia...Nos corresponde actuar para hacer un mundo mejor. En palabras de Benedicto XVI: 
"A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea posible...El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un « corazón que ve »".

Te invito a no dejar de ver y a hacer el bien; a hacerlo en primera persona, con lo poco o mucho que podamos cada uno, sin excusas y con la alegría que siempre conceden los gestos del corazón; a seguir acudiendo al bolsillo; a dar y a darnos nosotros mismos...
Ver y hacer el bien para ayudar a quienes lo necesitan; para colaborar en el misterio de la redención; para recibir la gracia de sentirnos ayudados al ayudar; para ser instrumento de Dios y solo instrumento... Para, en fin, escuchar de nuevo un día aquellas bellas palabras de Jesús:
"Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme...Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis (Mt 25, 35. 40)

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana 







domingo, 10 de julio de 2011

Volver


Ha vuelto el verano y con él, la luz, el calor, el caos familiar, el relativo descanso, las noches largas, la siesta a la sombra de los pinos, las tertulias infinitas con los amigos...

También nosotros hemos vuelto a casa; al sitio que nos cobijó durante tantos años y que fue testigo de tanta vida; al lugar al que siempre nos gusta volver...
Y, ¡que fortuna la de volver! porque, de alguna manera, más que al lugar regresamos a nuestra gente. Estoy convencida de que no se vuelve a los sitios sino a la gente- si es que alguna vez nos marchamos de ella-. Se vuelve a esas personas que nos cedieron un día un hueco en su vida e hicieron que nos sintiéramos bien; gente con la que hemos compartido tantos momentos; gente que recuerda otros veranos y otros inviernos; seres queridos a los que los acontecimientos, unas veces alegres y otras profundamente dolorosos, nos han unido para siempre; gente a la que quiero...

No sé si vuelvo "con la frente marchita" pero a mí me parece que el tiempo no ha pasado; que todo sigue como estaba; que las conversaciones pendientes se reinician con la naturalidad de siempre; que me siguen esperando para pasear por la playa; que han cuidado con mimo nuestro sitio en esa mesa que tantas veces compartimos; que solo han cambiado a quienes les toca crecer...
Vuelvo y, al volver, me siento bendecida por Dios, por los amigos y por la vida; y me invade una sensación profunda de agradecimiento; y con esa valentía que el amor de los demás infunde, me atrevo a echar un guiño al tiempo y, con permiso de Gardel, dejo de sentir "que es un soplo la vida" para gozar de cierta sensación de eternidad...

Llegará Septiembre y diremos adiós con melancolía otoñal  pero nos tocará, de nuevo, volver: volver a aquellos con los que compartimos el resto del año; a quienes hemos echado de menos mientras estábamos lejos; a los que también quiero inmensamente...

Me gusta el regreso; que suerte poder, constantemente, volver...

Te quiero mucho. Hasta el domingo.


Ana


domingo, 3 de julio de 2011

Atreverse a educar



Quizá, una de las tareas más difíciles que tenemos todos los seres humanos sea la de educar, orientar, guiar... Además, creo que el ejercicio de esta asignatura, la mayoría de las veces nos pilla desprevenidos y no nos queda más remedio que ir aprendiendo con la práctica...
Educar para hacer que el otro, un día, sea una persona capacitada para, con muy poco, ser feliz; enseñarle que existen los otros y que es muy importante respetarlos, a la vez que conseguimos el respeto a uno mismo; instruirle para que sea capaz de elevarse por encima de sus limitaciones; guiarle para que un día viva más feliz y consiga que los demás también lo hagan; pedirle que contribuya, con las actitudes aprendidas, a que el mundo que nos ha tocado vivir sea más habitable...

Pero, para educar, el primer paso que hemos de dar es el de establecer relaciones verdaderas: esas en las que compartimos sin dobleces lo que somos, todo lo humano que hay en nosotros, lo bueno y lo malo, nuestras certezas pero también nuestras dudas, nuestras virtudes pero también nuestras debilidades.
Para poder educar se nos pide perder el miedo a mostrarnos como somos, se nos exige quedarnos sin defensas, con la única arma de la confianza en aquel que educamos; para poder educar nos tenemos que permitir el ser vulnerables: quedarnos a la intemperie, exponernos a recibir heridas, confiar en la bondad del que crece a nuestro lado...

Y es que, si nuestras relaciones son verdaderas, expondremos una parte en la que existen ángeles pero, inevitablemente, también otra en la que existen demonios. Es entonces cuando me reconforta la frase aquella de Rilke:
"Si mis demonios me abandonan, tengo miedo de que mis ángeles marchen detrás"  
Educar significa atreverse a compartir todo lo humano que hay en nosotros; no colocar un listón demasiado alto- porque ni nosotros mismos lo alcanzaríamos-; hacer fácil lo difícil; permitir que el otro, subido al peldaño de nuestra vulnerabilidad se sienta seguro y orgulloso de poder crecer a nuestro lado. Porque al fin y al cabo, intentar educar es permitir, con grandeza de alma, que a nosotros también nos eduque el otro.

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana