Esta semana he estado enferma y, en una de esas tardes en las que la fiebre noquea y te empuja al sofá, tuve la ocasión de ver algo curioso en televisión. Dos presentadores jóvenes entrevistaban a una psicóloga y le preguntaban sobre la bondad, la gratitud, ser educados, pensar en los otros...
La conversación avanzaba y las caras de estos jóvenes expresaban incredulidad, estupefacción...Era como si su interlocutora
les estuviese hablando en una lengua ancestral que ellos
no comprendían en absoluto y... yo, no pude evitar el esbozar una sonrisa amarga ...
Pero insistían: "¿Si un camarero nos sirve
hay que darle las gracias por cada gesto de servicio?" "¿Qué
hacemos con la envidia, la irascibilidad, el devolver la bofetada que nos
acaban de dar...?" "¿Se puede ser bueno sin ser
tonto?"
Ella, la psicóloga, aguantaba el envite como podía...
Fue entonces cuando me acordé del texto que encabeza
esta entrada y que lleva una semana recorriendo facebook. Me sentí
orgullosa de pertenecer a esa generación que menciona pero también, a la vez,
sentí la urgencia de contagiar esos valores a los más jóvenes. No podemos
fosilizar aquellas actitudes que nos han hecho y hacen ser más felices. Yo
quiero vivir y enseñar a vivir intentando ser buena, pensando en los demás;
quiero rescatar del olvido palabras como el sacrificio, la entrega, la
renuncia, el permanecer... Todos son valores que a mí me hicieron feliz cuando
no teníamos nada y que me gustaría dejar como herencia cuando vuelva a no tener
nada.
Además de vivirlos, hoy, más que nunca, urge la
necesidad de inculcarlos y compartirlos. Las generaciones que nos siguen
son dignas merecedoras de este maravilloso legado y creo que no debemos
omitir la responsabilidad de transmitírselo.
Por ello, como la psicóloga valiente, hemos de apostar
por dar y enseñar a dar las gracias, por pedir y enseñar a pedir por favor, por
saludar y enseñar a saludar, por ser amables y enseñar a serlo,
por sonreír y hacerlo con otros, por ser y enseñar a ser
educados...
Recuerdo que, cuando mi hija era pequeña siempre que
solicitaba algo yo le pedía que añadiera la "palabra mágica" (por favor, gracias,
hola, te quiero...). Porque eso es lo que son: palabras y gestos que encierran
la magia de convertirnos a nosotros y al mundo que habitamos a todo lo que es
bueno y amable.
San Pedro Poveda supo decirlo de una manera
bellísima:
"Con dulzura se educa, con dulzura se enseña, con dulzura se inculca la virtud, con dulzura se arranca la enmienda, con dulzura se evitan muchos pecados, con dulzura se gobierna, con dulzura se hace todo lo bueno. No hay que hacerse ilusiones, la mansedumbre, la afabilidad, la dulzura son las virtudes que conquistan al mundo"
Te quiero mucho. Hasta el domingo
Ana
Hola Ana.
ResponderEliminarParticipo completamente de tu reflexión de esta semana. Aunque a algunos jovenes no les han enseñado estas palabras mágicas, al menos los que nos sentimos orgullosos de usarlas, deberíamos enseñarselas a nuestros hijos.
Me sorprende que para ellos séa extraño usar la educación para desenvolverse en la vida. Quiza el mundo competitivo, acelerado y digitalizado que les ha tocado vivir, no les dé tiempo para perderse en estas fosilizadas maneras barrocas.
De cualquier forma, para mi generación, esta manera de educar era básica y fundamental y por ello se lo agradezco a los que así me lo enseñaron.
Gracias.
Encarna.