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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 29 de abril de 2012

Transmitir la espiritualidad en familia

Cuenta el Evangelio de Mateo que:

"Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es? "Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y vosotros, les preguntó, ¿quién decís que soy yo?" Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo" (Mat. 16:15, 16).


Pues bien, durante unos cuantos domingos quiero compartir contigo la misma pregunta: Y VOSOTROS, en ese ámbito privilegiado de familia que construis cada día, ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?
Sagrada familia. Esteban Murillo 
Es decir, ¿cómo transmitimos en nuestra familia que Dios es Señor de nuestras vidas, que contar con Él es imprescindible para ser feliz, que es Él quien da sentido a toda nuestra existencia? 
Desde que soy madre, me preocupa el saber transmitir nuestra espiritualidad en la familia y, más en concreto, a los hijos. 
Muchas veces me hago esta pregunta: ¿cómo en un mundo en el que vive mi hija, tan lleno de cosas, tan rápido, tan global, tan inmediato…cómo la puedo transmitir mi fe en Jesús y el convencimiento de que merece la pena vivir desde Él? ¿Qué hacemos mi marido y yo? ¿Qué hace mi grupo cristiano de referencia? ¿Qué hacemos todos los que creemos que evangelizar merece la pena?

Porque de algo sí que estoy convencida y ahí "te paso la pelota": “Para educar a un solo hombre hace falta una tribu”; es decir, para educar, para evangelizar, todos nos necesitamos a todos y ninguno podemos eludir responsabilidades. Bien es cierto que esta tribu hoy es más pequeña, que la sociedad no nos ayuda, pero...esto nos obliga, sencillamente, a trabajar más.
Te lanzo la pregunta y te dejo pensando... Que quede resonando en ti... Ojalá obtenga tus respuestas, la narración de tu propia experiencia, tan solo para seguir contestándome a mi misma…
Te quiero mucho. Hasta el domingo


Ana


domingo, 22 de abril de 2012

Palabras y gestos "mágicos"


Esta semana he estado enferma y, en una de esas tardes en las que la fiebre noquea y te empuja al sofá, tuve la ocasión de ver algo curioso en televisión. Dos presentadores jóvenes entrevistaban a una psicóloga y le preguntaban sobre la bondad, la gratitud, ser educados, pensar en los otros... Ella les decía que había que respetar e intentar entender al otro; dar las gracias siempre; que el ser buenos redundaba, lo primero, en un beneficio personal; que había que perdonar y seguir adelante... 


La conversación avanzaba y las caras de estos jóvenes expresaban incredulidad, estupefacción...Era como si su interlocutora les estuviese hablando en una lengua ancestral que ellos no comprendían en absoluto y... yo, no pude evitar el esbozar una sonrisa amarga ...

Pero insistían: "¿Si un camarero nos sirve  hay que darle las gracias por cada gesto de servicio?" "¿Qué hacemos con la envidia, la irascibilidad, el devolver la bofetada que nos acaban de dar...?" "¿Se puede ser bueno sin ser tonto?" 

Ella, la psicóloga, aguantaba el envite como podía...


Fue entonces cuando me acordé del texto que encabeza esta entrada y que lleva una semana recorriendo  facebook. Me sentí orgullosa de pertenecer a esa generación que menciona pero también, a la vez, sentí la urgencia de contagiar esos valores a los más jóvenes. No podemos fosilizar aquellas actitudes que nos han hecho y hacen ser más felices. Yo quiero vivir y enseñar a vivir intentando ser buena, pensando en los demás; quiero rescatar del olvido palabras como el sacrificio, la entrega, la renuncia, el permanecer... Todos son valores que a mí me hicieron feliz cuando no teníamos nada y que me gustaría dejar como herencia cuando vuelva a no tener nada.

Además de vivirlos, hoy, más que nunca, urge la necesidad de inculcarlos y compartirlos. Las generaciones que nos siguen son dignas merecedoras de este maravilloso legado y creo que no debemos omitir la responsabilidad de transmitírselo.

Por ello, como la psicóloga valiente, hemos de apostar por dar y enseñar a dar las gracias, por pedir y enseñar a pedir por favor, por saludar y enseñar a saludar, por ser amables y enseñar a serlo, por sonreír y hacerlo con otros,  por ser y enseñar a ser educados...

Recuerdo que, cuando mi hija era pequeña siempre que solicitaba algo yo le pedía que añadiera la "palabra mágica" (por favor, gracias, hola, te quiero...). Porque eso es lo que son: palabras y gestos que encierran la magia de convertirnos a nosotros y al mundo que habitamos a todo lo que es bueno y amable.


San Pedro Poveda supo decirlo de una manera bellísima: 
 "Con dulzura se educa, con dulzura se enseña, con dulzura se inculca la virtud, con dulzura se arranca la enmienda, con dulzura se evitan muchos pecados, con dulzura se gobierna, con dulzura se hace todo lo bueno.  No hay que hacerse ilusiones, la mansedumbre, la afabilidad, la dulzura son las virtudes que conquistan al mundo"

Te quiero mucho. Hasta el domingo


Ana



domingo, 15 de abril de 2012

El alma




Te transcribo, literalmente, un fragmento del libro "El poder de la pausa" que no hace mucho tiempo me regalaron :

"Un viajero norteamericano planeó hacer un largo safari por África. Era un hombre compulsivo, cargado de  mapas, horarios y agendas. Había contratado a hombres de una tribu local para transportar las voluminosas cargas de suministros, equipajes y "bártulos imprescindibles". La primera mañana todos se despertaron muy pronto, avanzaron muy rápido y llegaron muy lejos. La segunda  mañana todos se despertaron muy pronto, avanzaron muy rápido y llegaron muy lejos. La tercera mañana todos se despertaron muy pronto, avanzaron muy rápido y llegaron muy lejos. El hombre estaba contento. La cuarta mañana los miembros de la tribu se negaron a moverse, simplemente se sentaron junto a un árbol. El norteamericano se puso furioso: "esto es una pérdida de tiempo muy valiosa. ¿Puede alguien decirme que pasa aquí?" El traductor dijo: "están esperando a que sus almas alcancen a sus cuerpos" (El poder de la pausa. Terry Hershey)


¡Qué actitud tan sabia la de los indígenas! ¡Qué conciencia de su ser y estar!

Creo que sabes, por experiencia, lo que es el avanzar rápido y llegar muy lejos de aquellos indígenas en los tres primeros días: viajamos en aviones o en trenes de alta velocidad aunque nos incomoda la sensación de no tener apenas tiempo para pensar en aquello que dejamos; para añorarlo; para prepararnos a acoger lo que está por venir...Todo transcurre deprisa... 
Gozamos de unos merecidos días de descanso pero enseguida los olvidamos; no hay tiempo para recordarlos, para revivir su valor...porque, sin querer, nos encontramos absorbidos por ese ritmo frenético de la vida que nos ha tocado vivir... Y así, tantas y tantas cosas como las que nos depara el estar aquí: despedidas, cumpleaños, nocheviejas, ¡qué se yo! Mientras, nos consolamos diciendo: ¡qué rápido pasa la vida!


Creo también que todos nos sentimos, quizá secretamente, deseando como aquellos indígenas estar bajo el árbol en el día cuatro. Porque, ¿quien, al menos de vez en cuando, no echa de menos ese ritmo lento, aquel que a pesar de nuestros intentos de relegarlo la naturaleza ha sabido conservar...? Yo lo añoro y lo necesito porque, sobre todo, me regala el alma. El alma: ese algo indefinido en el que descansa lo mejor de nosotros mismos; la encargada de depositar en el corazón todo aquello que experimentamos; la que nos ayuda a vivir en plenitud; la que nos da alas; la que nos invita a ser independientemente de nuestro hacer; en la que vive la alegría que nadie nos podrá quitar...

¿Nos habremos quedado sin alma? ¿La habremos dejado atrás? 

Quizás haya que volver a sentarse y esperar a que ella nos alcance; o mejor aún, ¿por qué no favorecer que en todo lo que hagamos alma y cuerpo lleguen acompañados?


Te quiero mucho. Hasta el domingo


Ana

domingo, 8 de abril de 2012

Cristo ha resucitado


San Francisco abrazando a Cristo en la Cruz (Murillo)


"Cristo, cristal purísimo que no se rompe nunca. 
Cristo, creo en tu cruz que nutre nuestra arteria.
Bebo debajo de tu trono de espinas, 
duermo en tu ala siempre viva,
y no hay por que pedirte por los hombres
porque todos los hombres están en tu memoria,
en tu luz desbordante con que nos amas sin méritos.
Sé que te desvives hasta morir, de nuevo, en cada instante,
por los que son ingratos con los otros.
Cristo, cristal purísimo que no se rompe nunca.
Cristo, creo en tu cruz que nutre nuestra arteria".
(Gloria Fuertes) 




No, no me he equivocado en el día y en la hora: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! 
Y precisamente, en este Domingo de Resurrección, me gustaba regalarte la imagen y la palabra para compartir contigo lo que yo he descubierto en el Misterio de la Cruz.

La obra de Murillo nos muestra a un San Francisco de Asís joven que ha decidido abandonar todo lo que posee para servir mejor a Cristo y al prójimo. Como recompensa a la renuncia de San Francisco a los bienes terrenales, Cristo desclava su brazo derecho para acoger al santo bajo su regazo. Mientras tanto, los ángeles nos regalan el texto escrito en el libro que sujetan: "quien no renuncia a todo lo que posee no puede ser discípulo mío".

Cristo, que no se rompe nunca, elevándonos desde la Cruz; Cristo, Señor, invitándonos a levantar nuestra mirada; Cristo, redentor, atado a tantas y tantas cruces como las que nos tocan vivir a lo largo de nuestra existencia; Cristo consolándonos con su abrazo en el inevitable sufrir; Cristo invitándonos a morar en sus llagas, lugar de sabiduría y fortaleza; Cristo muriendo y resucitando en cada instante para darnos vida.

¡Feliz domingo de Resurrección!


Te quiero mucho. Hasta el domingo.

Ana

domingo, 1 de abril de 2012

Junto a Ella


Se acerca la Semana Santa... Nos preparamos, un año más, para hacer memoria de los acontecimientos más importantes de la vida de Jesús que, tras más de dos mil años, siguen dando sentido a nuestra existencia... 

Y este domingo, no me preguntes por qué, me he encontrado pensando en la Virgen; en aquella mujer sencilla de Nazaret cuya vida estuvo impregnada de misterio que supo acoger con fe y "guardarlo en su corazón".

Nosotros vamos a vivir, junto a Ella, el mayor drama que puede experimentar una madre: ver morir a su hijo sin entender nada, sin poder hacer nada más que permanecer junto a él. 
¡En cuantas cosas pensaría Ella!: « ¿Cuando, donde, como decidirás liberarte de todo esto? ...     ¿Por qué lo condenan injustamente? ¿Por qué lo castigan? ¿Qué ha hecho para que le prefieran a Barrabás? ¿Por qué me lo desnudan?... ¿Quién le ayudará a llevar el madero? ¿Qué ha hecho para que se rían de él?... ¿Quién me lo ba­jará de esa Cruz? ¿Dónde lo co­lo­caré?... ¿Qué me queda ya?»

Contemplo el dolor de la Virgen, en estos días proclives a la introspección, y hago memoria del dolor y la so­ledad de tantos pa­dres y ma­dres que han per­dido a sus hijos por el hambre, por la violencia, por la enfermedad, por tantos motivos inexplicables con los que golpea la vida.
Y, en un sencillo intento de compartir el dolor de la Madre y de todas las madres y padres que hoy sufren por sus hijos, te invito a rezar conmigo la oración que el Papa dirigió a nuestra Señora en el Viacrucis de la Jornada Mundial de la Juventud 2011. 
Quiero rezarla contigo para dar amor y cercanía a los que sufren sin entender nada; rezarla y recoger el dolor de tantos hermanos con la ter­nura y amor con que Ella re­cibió en sus brazos al cuerpo des­tro­zado y sin vida de su Hijo; rezarla para consolar a un mundo que sufre pero que sigue adelante conservando en el corazón la esperanza que se nos ha prometido:

             «Madre y Señora nuestra, que per­ma­ne­ciste firme en la fe, unida a la Pasión de tu Hijo: al con­cluir este Vía Crucis, po­nemos en ti nuestra mi­rada y nuestro co­razón. Aunque no somos dignos, te aco­gemos en nuestra casa, como hizo el apóstol Juan, y te re­ci­bimos como Madre nuestra. Te acom­pa­ñamos en tu so­ledad y te ofre­cemos nuestra com­pañía para se­guir sos­te­niendo el dolor de tantos her­manos nues­tros que com­pletan en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia. Míralos con amor de madre, en­juga sus lá­grimas, sana sus he­ridas y acre­cienta su es­pe­ranza, para que ex­pe­ri­menten siempre que la Cruz es el ca­mino hacia la gloria, y la Pasión, el pre­ludio de la Resurrección».

No te quiero dejar triste. Solo te quiero dejar junto a Ella que está ahí, igual que desde el principio, diciendo "Hágase"; que, aceptando el encargo de cuidarnos, se ha quedado para siempre con nosotros...Feliz Semana Santa. 

Te quiero mucho. Hasta el domingo.

Ana