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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 27 de marzo de 2011

Las cinco de la tarde


Me encantan las cinco de la tarde; no porque sea la hora de los toreros, ¡que también!, sino porque es el momento en que nuestros hijos vuelven del cole y, la casa, que hasta entonces había estado en paz pero vacía, se llena para ponerse, un día más, en pie de guerra...

Llegan y descargan sus mochilas como si descargaran todo el peso que el día les ha puesto encima. Llegan y preguntan dónde está mamá o dónde está papá, y se acercan y te abrazan y en ese abrazo nos transmiten lo que han vivido en el día, sus preocupaciones, sus alegrías, todo lo que son...Y al abrazarte te llenan de ese olor a tiza y a lápiz mordido, a sudor solidario de aula, a goma de borrar, a sueños compartidos, a juegos de patio, a confidencias, a sus luchas interiores porque tienen que crecer... Y, sin darse cuenta, nos lo traen todo como un regalo, como un billete de tren que nos devuelve a una época en la que hemos sido felices; porque con ellos, cada día, tenemos el privilegio de regresar a nuestra niñez.

Cuantas veces, en esas charlas informales de padres en las que intentamos ayudarnos los unos a los otros, hemos hablado sobre la importancia de las cinco de la tarde; lo fundamental que es poder estar para verles venir de lejos; para intuir lo que traen con ellos; para abrazarlos y sentirlos y que nos sientan; para escuchar;  para hacerles saber que, en esa habitación tan privilegiada que ocupan en nuestro corazón, pueden sentirse seguros; para que encuentren en casa "El País de Nunca Jamás" del que, paradójicamente y aunque nos cueste, tenemos que, poco a poco, ayudarles a abandonar...

Y para todo ello, créeme: a las cinco de la tarde, hay que intentar estar.


Te quiero mucho. Hasta el domingo.

Ana

domingo, 20 de marzo de 2011

La vida siempre puede más


Estos días hemos sido testigos de la tragedia de Japón: terremoto, después tsunami, más tarde centrales nucleares que amenazan...

Hemos contemplado con horror y tristeza la tragedia- algunos, creo que irresponsablemente, lo han llamado apocalipsis- de un archipiélago en el que vive un pueblo sabio, respetuoso y el mejor preparado del mundo para enfrentarse a este tipo de desastres.
Hemos sufrido con ellos; no los hemos podido quitar ni del corazón ni de la mente; han estado constantemente presentes en nuestras plegarias.
Los hemos admirado por ser tremendamente ordenados, solidarios, fuertes ante la adversidad, capaces de sufrir en silencio. Honor, tradición y deber han controlado férreamente esa desesperación humana tan natural en circunstancias dramáticas.

Hemos visto imágenes de edificios caídos, de olas que se lo llevaban todo, de bomberos buscando entre escombros, de personas que se han quedado terriblemente solas...Hemos visto el miedo, el dolor, la escasez, la  incertidumbre, el heroísmo, la solidaridad, el éxodo...
De todas esas imágenes, me ha conmovido especialmente la de una mujer japonesa dando a luz; alumbrando vida en medio de la muerte y el caos; como diría Benedetti, "pariendo felicidad en un futuro que no existe"... 
Al fijarme en ella, su rostro reflejaba esa confusión que genera el ser "dolorosamente feliz"... Pero también había algo más: desconcierto, duda, inquietud...algo así como si preguntara a aquella criatura que ahora tenía en sus brazos: "¿qué te va a tocar vivir a ti que acabas justo de nacer?"

Y pensé: ¿cómo es posible que en estas circunstancias nazca la vida...?



Pero es verdad: el que la vida resurja de entre las mismas cenizas no es algo infrecuente; no sé si has tenido alguna vez que celebrar el primer cumpleaños de tu hijo al poco de morir tu padre, o la noche de Navidad cuando acababas de perder a un ser querido, o el  milagro de que alguien sobreviva durante días entre las ruinas de algún derrumbe o en el fondo de pozos negros...
¡Cuántas veces se mezclan muerte y vida-vida y muerte y, mientras nos confunde la mixtura de sentimientos que dicha unión provoca, no sabemos si llorar o sonreír...!

Pero no te quepa duda: a pesar de todo, la vida siempre puede más. Pase lo que pase, la vida tiene esa fuerza interior que la hace imbatible, poderosa, superviviente a todos...incluso a nosotros mismos. Es el milagro de vivir el que nunca dejará de sorprendernos. Es la certeza de que, aunque un día nosotros no estemos aquí, la vida seguirá.

Que todo lo que podamos hacer por nuestros hermanos japoneses -también por  aquellos que ahora mismo nacen en esa tierra que tiembla-, desde la oración a la aportación económica, no quede sin hacerse. Ellos precisan que seamos instrumento de ese milagro que tanto necesitan.  

神様が日本を祝福   (Dios te bendiga, Japón)

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana

domingo, 13 de marzo de 2011

Tiempo de Cuaresma

El Miércoles pasado fue Miércoles de ceniza y con él iniciábamos, un año mas, la Cuaresma; un tiempo litúrgico muy valioso, importante, pero que no sé por qué, me pasa a veces desapercibido... Son cuarenta días de preparación a la Pascua de Jesús. Son cuarenta días de profundización en el Misterio. Son cuarenta días de oportunidad de cambio, de conversión. Y son cuarenta días de exigencias; entre ellas, el ayuno, la limosna y la oración.

Me gustaba hoy, en este blog, darle un espacio a este tiempo de Cuaresma y centrarme en aquellas exigencias tradicionales  pero aún vigentes... Porque, de alguna manera, quisiera llenar de sentido aquello que hacemos o que, en este caso la Iglesia, nos invita a hacer; aunque no se lleve, aunque parezca que está pasado de moda, aunque no sea atrayente.
Para ello, voy a ayudarme de algunas reflexiones - precisamente las que se centran sobre estas prácticas exigentes- de la carta de Benedicto XVI  para la Cuaresma de este año 2011:

"En el itinerario cuaresmal se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz...para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida...Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo"

"El ayuno adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa —y no sólo de lo superfluo— aprendemos a apartar la mirada de nuestro «yo», para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos. Para el cristiano el ayuno no tiene nada de intimista, sino que abre mayormente a Dios y a las necesidades de los hombres, y hace que el amor a Dios sea también amor al prójimo"
Me gusta esta reflexión porque, entre otras cosas, me lleva a pensar en mi abuelo. Él era uno de dieciséis hermanos de una familia pobre con un padre ausente. No tenían nada. Los chicos trabajaban picando piedra en las canteras  asturianas y aprovechaban el tiempo de descanso para estudiar mientras las mujeres se ocupaban de las tareas de la casa. Todos ellos contaban solo con un par de zapatos que guardaban para ir los domingos a misa. A pesar de la precariedad en la que vivían, cuentan que en su mesa siempre había un plato de más por si pasaba un pobre y se sentaba a comer con ellos. Quizá hubo días en los que comieron aún menos pero estoy segura de que Dios se sentó a la mesa con ellos.

"En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener... La Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir. La idolatría de los bienes, en cambio, no sólo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete..."
Vivimos tiempos de precariedad para muchos...La pobreza está tocando a gente que jamás la había conocido. Yo tengo amigos que me dicen que lo están pasando económicamente mal...Es cuando el corazón me evoca  aquella frase de San Pedro Poveda: "No hace falta ser rico para dar, basta ser bueno"

"En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo. En la oración encontramos tiempo para Dios, para conocer que «sus palabras no pasarán»,  para entrar en la íntima comunión con él que «nadie podrá quitarnos»  y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna"
Y aquí me gustaba referirme a la práctica que muchos de nosotros tenemos de rezar con nuestros hijos. Cuando llega la noche y antes de que les venza el sueño, ¡que hermoso es acercarse a su cama y rezar con ellos esas oraciones que aprendieron hace ya tiempo pero que les siguen significando! Y son muchas noches las que pienso que su oración sencilla pero constante se eleva hasta un Dios que se siente conmovido.Quizá, en estos días, se nos pida a nosotros especialmente que tengamos nuestro espacio, quizás de silencio, quizás de lectura de Evangelio, por si Dios habla.

Aquí te dejo con estos pensamientos...Se me ocurre, sin embargo que, con los ejemplos tan cotidianos que todos tenemos, quizá no se nos pida nada "heroico" para estos cuarenta días... Y es que, ¿será que basta con llenar de sentido aquello que hacemos con inadvertida frecuencia?


¡Feliz Cuaresma!


Te quiero mucho. Hasta el domingo.


Ana








domingo, 6 de marzo de 2011

"Con la esperanza vamos adelante"

Han operado a un amigo y, mientras le operaban, decidí acercarme al hospital para esperar junto a su familia.
Al llegar a la zona del hospital próxima a los quirófanos, donde estaban su mujer -mi amiga-, sus hijos, sus hermanos, sus amigos, me encontré con un número inmenso de personas que esperaban a sus seres queridos: gente mayor esperando a sus mayores, mujeres esperando a sus esposos, esposos esperando a sus mujeres, hijos esperando a sus padres, padres esperando a sus hijos, amigos esperando a sus amigos...


Allí estaban todos, arrancados súbitamente de su cotidianidad, con la única tarea de esperar y mantener la esperanza. Allí estaban, junto a otros y, a la vez, solos; compartiendo espera con gente hasta entonces desconocida y, de cuando en cuando, regresando a esa soledad que nos protege mientras esperamos.

Esperar al otro y, mientras se espera, buscar el silencio para jugar con el tiempo, correrlo hacia adelante o hacia atrás; volver a pasar la película de la vida rápido, despacio; volver a vivir una y otra vez las escenas que acaban con un beso...

Y hacer una pausa y volver a utilizar las palabras para, por un instante, sostener la esperanza de quienes esperan con nosotros...

Y regresar al silencio para pasar la vida por la memoria y el corazón recreando aquellos momentos en los que hemos sido felices; subrayar con fuerza, en el alma, las cualidades del que esperamos; sonreír por dentro cuando nos vuelven a conquistar sus palabras, sus gestos, su sonrisa; olvidar, en el ansia de volver a recobrar lo que nos han arrancado, todo lo que absurdamente había sido importante hasta ese momento; asirse a medallas de vírgenes o a tarjetas de santos para que a ellos no se les olvide interceder por nosotros y nos regresen a aquellos que son signos de su presencia; permanecer porque nos da seguridad el estar ahí, cerca de aquellos que tanto amamos; resistir porque no les queremos dejar solos...

Qué suerte poder esperar; que suerte la de aquel al que esperamos; que suerte tener a otros que nos esperan...Que orgullo el de mi amigo, que aún dormido, siente que no está solo...
Querido Javier: ponte bueno pronto que somos muchos los que te queremos y esperamos.



Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana