Estos días hemos sido testigos de la tragedia de Japón: terremoto, después tsunami, más tarde centrales nucleares que amenazan...
Hemos contemplado con horror y tristeza la tragedia- algunos, creo que irresponsablemente, lo han llamado apocalipsis- de un archipiélago en el que vive un pueblo sabio, respetuoso y el mejor preparado del mundo para enfrentarse a este tipo de desastres.
Hemos sufrido con ellos; no los hemos podido quitar ni del corazón ni de la mente; han estado constantemente presentes en nuestras plegarias.
Los hemos admirado por ser tremendamente ordenados, solidarios, fuertes ante la adversidad, capaces de sufrir en silencio. Honor, tradición y deber han controlado férreamente esa desesperación humana tan natural en circunstancias dramáticas.
Hemos visto imágenes de edificios caídos, de olas que se lo llevaban todo, de bomberos buscando entre escombros, de personas que se han quedado terriblemente solas...Hemos visto el miedo, el dolor, la escasez, la incertidumbre, el heroísmo, la solidaridad, el éxodo...
De todas esas imágenes, me ha conmovido especialmente la de una mujer japonesa dando a luz; alumbrando vida en medio de la muerte y el caos; como diría Benedetti, "pariendo felicidad en un futuro que no existe"...
Al fijarme en ella, su rostro reflejaba esa confusión que genera el ser "dolorosamente feliz"... Pero también había algo más: desconcierto, duda, inquietud...algo así como si preguntara a aquella criatura que ahora tenía en sus brazos: "¿qué te va a tocar vivir a ti que acabas justo de nacer?"
Y pensé: ¿cómo es posible que en estas circunstancias nazca la vida...?
Pero es verdad: el que la vida resurja de entre las mismas cenizas no es algo infrecuente; no sé si has tenido alguna vez que celebrar el primer cumpleaños de tu hijo al poco de morir tu padre, o la noche de Navidad cuando acababas de perder a un ser querido, o el milagro de que alguien sobreviva durante días entre las ruinas de algún derrumbe o en el fondo de pozos negros...
¡Cuántas veces se mezclan muerte y vida-vida y muerte y, mientras nos confunde la mixtura de sentimientos que dicha unión provoca, no sabemos si llorar o sonreír...!
Pero no te quepa duda: a pesar de todo, la vida siempre puede más. Pase lo que pase, la vida tiene esa fuerza interior que la hace imbatible, poderosa, superviviente a todos...incluso a nosotros mismos. Es el milagro de vivir el que nunca dejará de sorprendernos. Es la certeza de que, aunque un día nosotros no estemos aquí, la vida seguirá.
Que todo lo que podamos hacer por nuestros hermanos japoneses -también por aquellos que ahora mismo nacen en esa tierra que tiembla-, desde la oración a la aportación económica, no quede sin hacerse. Ellos precisan que seamos instrumento de ese milagro que tanto necesitan.
神様が日本を祝福 (Dios te bendiga, Japón)
Te quiero mucho. Hasta el domingo
Ana