Lo cuenta mi madre con
pedagogía y orgullo; y yo, que me voy aproximando a la "edad" de mi
madre, quiero dejarlo escrito: para que no se nos olvide a ninguno; para que,
sobre todo las generaciones futuras, sepan que donde un día estén lo deben en
parte a de dónde proceden.
Lo escribo también para
compartirlo contigo, para contarnos esas viejas historias que tanto han
marcado nuestras vidas y que nunca debiéramos olvidar...
El padre de mi madre, mi abuelo
y también mi padrino, era un asturiano bueno que nació y creció en una familia
de dieciséis hermanos. Tuvo un padre, mi bisabuelo,
que por problemas del alcohol - en aquellos tiempos duros quizá se bebiera para
olvidar- tuvo que abandonar la casa.
Eran pobres, pobres
solemnes...Mi abuelo andaba descalzo todos los días de la semana excepto
el domingo -nuestros antepasados siempre respetaron el domingo-; ese día, para
ir a misa, calzaba unas alpargatas que volvía a guardar cuando
terminaba el día del Señor. ¡Cuánta elegancia y sacrificio para acercarse al
templo cada semana; para encontrar en él, quizá, la compasión y consuelo que
no encontraban fuera…!
Mi abuelo y sus hermanos
picaban piedra en los caminos de Asturias y, en sus ratos de descanso, cogían
los libros que les ilustraban y que un día les permitieron abandonar el pico y
la pala. Los hombres de la familia, acabaron siendo todos, hijos de la mar...
Supieron ser solidarios: uno solo se casaba e independizaba cuando dejaba al siguiente con los estudios hechos y un trabajo que siguiera manteniendo a los demás...
Supieron ser solidarios: uno solo se casaba e independizaba cuando dejaba al siguiente con los estudios hechos y un trabajo que siguiera manteniendo a los demás...
Las mujeres- sus hermanas- se
quedaron en casa, aprendiendo todas esas labores que luego las dieron un oficio
y también las permitieron sacar su hogar adelante. Se quedaron junto a mi
bisabuela, una mujer santa que con el dolor de sentirse viuda sin serlo, supo
sostener a tanta gente que después aportó bondad y buen hacer al mundo que les
tocó vivir.
Ellos, con lo poco que tenían, se sentaban todos los días a
comer. Se molestaban en poner la mesa, en reunirse alrededor de ella y supongo
que en bendecirla por si se pudiera dar el milagro de multiplicar el poco pan
que tenían. Pero esa mesa tenía algo especial: mi bisabuela siempre colocaba en ella un
plato de más por si llamaba a la puerta un mendigo con hambre. ¡Bendita aquella
mesa que acogía a un pobre en un pobre hogar! Con los años, estoy convencida,
el Señor Jesús se sentó muchas veces con ellos.
Ha pasado el tiempo y aquellos
comensales no están...Se han ido marchando de este mundo, ojalá que a otro en
el que no pasen nunca hambre...Pero han dejado su huella. Todos ellos, con el
tiempo y con esfuerzo se convirtieron en personas amantes de sus familias, en
profesionales reconocidos, en gente de bien... Y precisamente esto
fue lo que nos dejaron: la invitación a "pasar por la vida haciendo el
bien"; a no quejarnos nunca; a tener, siempre y sin excusa, nuestra mesa puesta y convertida en altar de la esperanza.
Te quiero mucho. Hasta el domingo.
Te quiero mucho. Hasta el domingo.
Ana