Es una escena victoriana que no ha dejado de suceder en nuestro mundo moderno. Junto a la enfermedad, al sufrimiento, a la fuga de la vida, a la injusticia... hay un hombre sentado, solo, entregado, paciente, observador, sostenido por una taza de café, ajeno a todo...también al tiempo.
En un segundo plano, los padres de la niña. El padre, de pie, resistiendo; su mirada anclada en el médico, portador de una ciencia -representada en el cuadro por un pequeño frasco de jarabe- muy lejana para el padre y de una esperanza que a ambos sostiene. La madre, abatida, con su rostro oculto, juntando sus manos cuando solo queda rezar.
Es una escena cuya esencia se repite cada día. Me dirás, y con razón, que las condiciones sociales, en nuestro mundo por lo menos, han cambiado; que la ciencia avanza y que, ya no quedan muchos médicos como el del cuadro...
Pero ¿sabes?, junto a tantos cambios, lo que nos jugamos los seres humanos cada día ante la enfermedad, lo desnudos que ésta nos deja, las actitudes y los sentimientos que la rodean permanecen invariables. Porque el hombre es así: frágil y fuerte, desvalido e imbatible, solitario y solidario. La enfermedad nos sigue haciendo a todos vulnerables y, gracias a Dios, siempre hay un buen samaritano a nuestro lado. Aunque resulte paradójico, pocas cosas nos aproximan tanto al prójimo como la enfermedad y el sufrimiento.
Si te fijas, también en el cuadro aparecen signos de que la vida regresa a la pequeña: una luz redentora brilla sobre la niña; la madre siente la mano resucitadora del padre sobre su hombro; probablemente el pájaro de la ventana está volviendo a cantar y las flores saludan el día con cierto alivio...
La misma luz redentora- que poco a poco se va imponiendo sobre la de la lámpara- alumbra también al médico: a ese hombre normal que sabe, sobre todo, estar ahí, permanecer...
Probablemente un poco más tarde, recogerá su sombrero olvidado encima de la mesa y marchará entre conmovido y agradecido por haber sido testigo de tanto milagro.
¡Dichosa profesión la de médico! ¡Que suerte haber sido bendecida con ella! ¡Que vocación tan hermosa, la de servir a todos, siempre y sin tiempo, con la conciencia de haber sido tocados por la gracia para "oficiar todos los días de nuestra vida con fe y amor en el altar de la esperanza"!
Te quiero mucho. Hasta el domingo
Ana