Te transcribo, literalmente, un fragmento del libro "El poder de la pausa" que no hace mucho tiempo me regalaron :
"Un viajero norteamericano planeó hacer un largo safari por
África. Era un hombre compulsivo, cargado de mapas, horarios y
agendas. Había contratado a hombres de una tribu local para transportar las
voluminosas cargas de suministros, equipajes y "bártulos imprescindibles". La
primera mañana todos se despertaron muy pronto, avanzaron muy rápido y llegaron
muy lejos. La segunda mañana todos se despertaron muy pronto,
avanzaron muy rápido y llegaron muy lejos. La tercera mañana todos se
despertaron muy pronto, avanzaron muy rápido y llegaron muy lejos. El hombre
estaba contento. La cuarta mañana los miembros de la tribu se negaron a
moverse, simplemente se sentaron junto a un árbol. El norteamericano se puso
furioso: "esto es una pérdida de tiempo muy valiosa. ¿Puede alguien
decirme que pasa aquí?" El traductor dijo: "están esperando a
que sus almas alcancen a sus cuerpos" (El poder de la pausa. Terry Hershey)
¡Qué actitud tan sabia la de los indígenas! ¡Qué conciencia de su
ser y estar!
Creo que sabes, por experiencia, lo que es el avanzar rápido y llegar muy lejos de aquellos indígenas en los tres primeros días: viajamos en aviones o en trenes de alta velocidad aunque nos incomoda la sensación de no tener apenas tiempo para pensar en aquello que dejamos; para añorarlo; para prepararnos
a acoger lo que está por venir...Todo transcurre deprisa...
Gozamos de unos merecidos días de descanso pero enseguida los olvidamos;
no hay tiempo para recordarlos, para revivir su valor... porque, sin querer, nos
encontramos absorbidos por ese ritmo frenético de la vida que nos ha tocado
vivir... Y así, tantas y tantas cosas como las que nos depara el estar aquí: despedidas, cumpleaños, nocheviejas, ¡qué se yo! Mientras, nos consolamos diciendo: ¡qué rápido pasa la vida!
Creo también que todos nos sentimos, quizá secretamente, deseando como aquellos indígenas estar bajo el árbol en el día cuatro. Porque, ¿quien, al menos de vez en cuando, no echa de menos ese ritmo lento, aquel que a pesar de nuestros intentos de relegarlo la
naturaleza ha sabido conservar...? Yo lo añoro y lo necesito porque, sobre todo, me regala el
alma. El alma: ese algo indefinido en el que descansa lo mejor de nosotros
mismos; la encargada de depositar en el corazón todo aquello que experimentamos; la que nos ayuda a vivir en plenitud; la que nos da alas; la que nos invita a
ser independientemente de nuestro hacer; en la que vive la alegría que nadie
nos podrá quitar...
¿Nos habremos quedado sin alma? ¿La habremos dejado atrás?
Quizás haya que volver a sentarse y esperar a que ella nos
alcance; o mejor aún, ¿por qué no favorecer que en todo lo que hagamos alma y cuerpo lleguen acompañados?
Te quiero mucho. Hasta el domingo
Ana
¡Qué paradoja! Nos pasamos el día buscando tiempo para correr más y echamos de menos el tiempo que tuvimos para hacer pausas. No tiene nada de extraño que el alma no alcance al cuerpo, como cuenta la historia. Lo peor del asunto es que a veces ni siquiera podemos recordar en qué punto del camino dejamos el alma, exhausta de tanto correr, intentando recuperar el aliento a un borde de la carretera. Debería ser obligatorio hacer una pausa, como esta tribu del desierto, de vez en cuando, para recuperar no ya el aliento, sino la sensación misma de que estamos vivos. Porque vivir es distinto de existir, que es lo que hacemos a diario.
ResponderEliminarAsí que una vez más, gracias por este rinconcito, que me da la excusa perfecta para practicar la pausa.
Besos.