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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 1 de abril de 2012

Junto a Ella


Se acerca la Semana Santa... Nos preparamos, un año más, para hacer memoria de los acontecimientos más importantes de la vida de Jesús que, tras más de dos mil años, siguen dando sentido a nuestra existencia... 

Y este domingo, no me preguntes por qué, me he encontrado pensando en la Virgen; en aquella mujer sencilla de Nazaret cuya vida estuvo impregnada de misterio que supo acoger con fe y "guardarlo en su corazón".

Nosotros vamos a vivir, junto a Ella, el mayor drama que puede experimentar una madre: ver morir a su hijo sin entender nada, sin poder hacer nada más que permanecer junto a él. 
¡En cuantas cosas pensaría Ella!: « ¿Cuando, donde, como decidirás liberarte de todo esto? ...     ¿Por qué lo condenan injustamente? ¿Por qué lo castigan? ¿Qué ha hecho para que le prefieran a Barrabás? ¿Por qué me lo desnudan?... ¿Quién le ayudará a llevar el madero? ¿Qué ha hecho para que se rían de él?... ¿Quién me lo ba­jará de esa Cruz? ¿Dónde lo co­lo­caré?... ¿Qué me queda ya?»

Contemplo el dolor de la Virgen, en estos días proclives a la introspección, y hago memoria del dolor y la so­ledad de tantos pa­dres y ma­dres que han per­dido a sus hijos por el hambre, por la violencia, por la enfermedad, por tantos motivos inexplicables con los que golpea la vida.
Y, en un sencillo intento de compartir el dolor de la Madre y de todas las madres y padres que hoy sufren por sus hijos, te invito a rezar conmigo la oración que el Papa dirigió a nuestra Señora en el Viacrucis de la Jornada Mundial de la Juventud 2011. 
Quiero rezarla contigo para dar amor y cercanía a los que sufren sin entender nada; rezarla y recoger el dolor de tantos hermanos con la ter­nura y amor con que Ella re­cibió en sus brazos al cuerpo des­tro­zado y sin vida de su Hijo; rezarla para consolar a un mundo que sufre pero que sigue adelante conservando en el corazón la esperanza que se nos ha prometido:

             «Madre y Señora nuestra, que per­ma­ne­ciste firme en la fe, unida a la Pasión de tu Hijo: al con­cluir este Vía Crucis, po­nemos en ti nuestra mi­rada y nuestro co­razón. Aunque no somos dignos, te aco­gemos en nuestra casa, como hizo el apóstol Juan, y te re­ci­bimos como Madre nuestra. Te acom­pa­ñamos en tu so­ledad y te ofre­cemos nuestra com­pañía para se­guir sos­te­niendo el dolor de tantos her­manos nues­tros que com­pletan en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia. Míralos con amor de madre, en­juga sus lá­grimas, sana sus he­ridas y acre­cienta su es­pe­ranza, para que ex­pe­ri­menten siempre que la Cruz es el ca­mino hacia la gloria, y la Pasión, el pre­ludio de la Resurrección».

No te quiero dejar triste. Solo te quiero dejar junto a Ella que está ahí, igual que desde el principio, diciendo "Hágase"; que, aceptando el encargo de cuidarnos, se ha quedado para siempre con nosotros...Feliz Semana Santa. 

Te quiero mucho. Hasta el domingo.

Ana 











2 comentarios:

  1. Pues eso, Ana. Feliz Semana Santa de fe y esperanza.
    Y vaya también mi sentido recuerdo y homenaje a la Madre, a mi madre y a todas las madres que nunca dejan de olvidar que lo son.
    Besos cariñosos e ilusionados ante la publicación de mi primer libro de cuentos.

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  2. Leo tus palabras tras una Madrugá intensa en Sevilla, donde he compartido con mi familia las tradiciones en las que he crecido, pero también la fé renovada y adulta que ahora vivo intensamente. En esas horas de luz difusa, de frío intenso, hemos acompañado a nuestra Madre por las calles de una ciudad llena de contrastes, de silencios y de músicas, y hemos mantenido con Ella diálogos intensos, acariciándola, consolándola, si es que existe consuelo posible para quien ve morir a un hijo, y rezando, meditando, compartiendo...
    Ahora que tengo hijos, comprendo perfectamente el sufrimiento y el dolor, hondo hasta los huesos, de quien pierde lo que ha sido carne de su carne. Comprendo la desolación de quien ve que se hace cierta la profecía de la espada que atravesaría su corazón. Entiendo ahora el dolor de tantas y tantas madres en la historia que han visto como la muerte arrebata el latido de lo que un día llevaron en sus entrañas. Mientras caminaba y contemplaba con mis hijos la magnífica puesta en escena de la Pasión según Sevilla, mi mente se trasladaba a miles de kilómetros, a cientos de escenarios donde hoy, todavía, la Pasión de Cristo no se pasea encima de un paso sino que se convierte en triste realidad cotidiana. ¿Hay consuelo posible para todo esto? Para María, tal vez, sólo pensar que tenía sentido si lo que se ganaba es la salvación de todos nosotros, si el premio era una vida nueva que nace del amor más grande que se puede uno imaginar.
    Sin poder reprimir la emoción por la posibilidad de repetir un año más el mismo rito, le dí las gracias por ver crecer y madurar a mis hijos cada día, por tener a mi lado a una persona que sigue cambiando mi vida a diario, por compartir tantas cosas con amigos entrañables, por vivir momentos intensísimos a cada poco. Madre mía, si te sirve de consuelo, aunque sea sólo un poco, llévate prendido en tu manto, en el aroma de las flores que perfuman tu paso, en las notas de la música que los costaleros traducen en movimiento, mi agradecimiento por tus cuidados, por tu amor inmenso, por todos esos regalos que recibo cada día. Que mis lágrimas se unan a las tuyas en una plegaria honda que mitigue el dolor negro, abismal, de tantas madres que deben seguir viviendo tras perder a sus hijos en la sinrazón de la guerra, del hambre, del odio, de la enfermedad...

    Un beso y hasta el domingo.

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