No sé donde
andarás este verano. No sé si te habrás quedado en casa o te habrás desplazado
huyendo de la cotidianidad. A mí me ha tocado seguir trabajando aunque aún puedo combinarlo con espacios maravillosos de descanso…
Lo cierto es
que es verano y, en aeropuertos, estaciones de tren y de autobuses, hay
más movimiento que el habitual... Todos, de alguna manera, vamos o
venimos buscando ese rato de tregua al que nos invita el buen tiempo y el
calor.
Y yo, que
soy habitante casi cotidiano de estaciones y aeropuertos, este Agosto
he hecho un descubrimiento que ha aumentado mi fe en el ser humano:
¡resulta que nos queremos! Sí, que nos importamos los unos a los otros, que nos
estimamos inmensamente...
Acostumbrada
a frecuentar estos lugares durante todo el año, este verano, en el que
también me ha tocado viajar, he observado la gran capacidad del ser humano, en
ese intento permanente de humanizar aquello que él ha creado, para transformar
lo inhóspito en un lugar cálido…
¿Qué ha
pasado en estos sitios de tránsito donde- para los que nos gusta observar- la
gente alcanza un protagonismo insospechado? Para empezar, ya no somos los
mismos, sino más. Esos que, durante el invierno, nos desplazamos por
motivos de trabajo con la fría compañía de la prisa, los móviles y los
ordenadores nos encontramos invadidos por una multitud que no corre, que
sonríe, que está ilusionada ante la perspectiva del viaje y que no tiene
problemas ni con corbatas ni trajes...
También hay
gente que está esperando al otro; que ha llegado con tiempo para acariciar la espera;
que cuando empieza a ver salir a otras gentes, se pone de puntillas, ansiosa
por descubrir el rostro de aquél al que espera y que cuando lo ve,
corre al encuentro y se funde en un abrazo interminable o en un beso que supera
a los más famosos del cine universal...
Hay gente
que marcha y es momento entonces de separaciones, de despedidas... Y ocurren
abrazos interminables que parecen querer retener para siempre a la persona
querida o corren lágrimas por rostros que protestan por la soledad
que impone la ausencia de quien ha tenido que marchar...
Aeropuertos
y estaciones me han demostrado este verano que la gente corriente nos queremos;
que no hay nada más importante para nosotros que querer y sentirnos queridos;
que tenemos que dar muchas gracias porque nos quieren y porque tenemos a quien
querer.
Pasarán uno o dos meses y volveré a frecuentar esos lugares pero acudiré a ellos con otro
talante, reconociendo que son espacios
que someten a nuestro corazón a las pruebas más sólidas: las del amor; sitios
en donde las circunstancias nos invitan a dar lo mejor de nosotros mismos... No
dejes de pasar por ellos sin pensar que ahí reposan, sobre todo, palabras y
gestos de amor.
Te quiero
mucho. Hasta el domingo 2 de Septiembre.
Ana
Hola de nuevo. Tras varios días fuera de casa, minivacaciones por circunstancias varias, vuelvo a entrar en el blog. Confieso que me fuí con la imagen del abrazo en la mente, dispuesta a observar esos gestos de amor que pueblan estaciones y aeropuertos del mundo, y que como tú, observo desde la distancia, complacida con la constación de que todavía existen espacios donde la gente da rienda suelta a sus emociones. Pero no he frecuentado mucho esos lugares, así que no los he descubierto tan a menudo como quisiera. Me he dedicado, eso sí a observar cómo yo misma, y los que van conmigo habitualmente, prodigamos esos gestos. Y he hecho el propósito, y lo estoy cumpliendo, de prodigarlos aún más. No quiero esperar a que tenga que ir a una estación. Me vale el gesto de bajarme o subirme al coche, la sonrisa y el abrazo al abuelo que no vemos desde hace un par de semanas, el achuchón a una sobrina, la caricia a un hermano... Confieso que a veces me resulta más fácil expresar las emociones por escrito; por eso estoy haciendo este ejercicio de liberar emociones. Y creo que no me va mal. Es necesario quitarse la corteza que nos recubre y dejar el interior al descubierto. Y empezar por ese gesto puede llevar a cambios más profundos. Merece la pena intentarlo.
ResponderEliminarUn abrazo (sin corteza).