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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 20 de marzo de 2011

La vida siempre puede más


Estos días hemos sido testigos de la tragedia de Japón: terremoto, después tsunami, más tarde centrales nucleares que amenazan...

Hemos contemplado con horror y tristeza la tragedia- algunos, creo que irresponsablemente, lo han llamado apocalipsis- de un archipiélago en el que vive un pueblo sabio, respetuoso y el mejor preparado del mundo para enfrentarse a este tipo de desastres.
Hemos sufrido con ellos; no los hemos podido quitar ni del corazón ni de la mente; han estado constantemente presentes en nuestras plegarias.
Los hemos admirado por ser tremendamente ordenados, solidarios, fuertes ante la adversidad, capaces de sufrir en silencio. Honor, tradición y deber han controlado férreamente esa desesperación humana tan natural en circunstancias dramáticas.

Hemos visto imágenes de edificios caídos, de olas que se lo llevaban todo, de bomberos buscando entre escombros, de personas que se han quedado terriblemente solas...Hemos visto el miedo, el dolor, la escasez, la  incertidumbre, el heroísmo, la solidaridad, el éxodo...
De todas esas imágenes, me ha conmovido especialmente la de una mujer japonesa dando a luz; alumbrando vida en medio de la muerte y el caos; como diría Benedetti, "pariendo felicidad en un futuro que no existe"... 
Al fijarme en ella, su rostro reflejaba esa confusión que genera el ser "dolorosamente feliz"... Pero también había algo más: desconcierto, duda, inquietud...algo así como si preguntara a aquella criatura que ahora tenía en sus brazos: "¿qué te va a tocar vivir a ti que acabas justo de nacer?"

Y pensé: ¿cómo es posible que en estas circunstancias nazca la vida...?



Pero es verdad: el que la vida resurja de entre las mismas cenizas no es algo infrecuente; no sé si has tenido alguna vez que celebrar el primer cumpleaños de tu hijo al poco de morir tu padre, o la noche de Navidad cuando acababas de perder a un ser querido, o el  milagro de que alguien sobreviva durante días entre las ruinas de algún derrumbe o en el fondo de pozos negros...
¡Cuántas veces se mezclan muerte y vida-vida y muerte y, mientras nos confunde la mixtura de sentimientos que dicha unión provoca, no sabemos si llorar o sonreír...!

Pero no te quepa duda: a pesar de todo, la vida siempre puede más. Pase lo que pase, la vida tiene esa fuerza interior que la hace imbatible, poderosa, superviviente a todos...incluso a nosotros mismos. Es el milagro de vivir el que nunca dejará de sorprendernos. Es la certeza de que, aunque un día nosotros no estemos aquí, la vida seguirá.

Que todo lo que podamos hacer por nuestros hermanos japoneses -también por  aquellos que ahora mismo nacen en esa tierra que tiembla-, desde la oración a la aportación económica, no quede sin hacerse. Ellos precisan que seamos instrumento de ese milagro que tanto necesitan.  

神様が日本を祝福   (Dios te bendiga, Japón)

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana

2 comentarios:

  1. Porque la vida es ese milagro que Dios nos regala cada día, a pesar de que este domingo comience con el sonido de nuevos tambores de guerra pero con la belleza de la imagen de una luna diáfana y cercana, pongo enlace de la Conferencia Episcopal.
    Mi razón para vivir es tanta gente buena que confía en mí depositando su afecto, calor y amistad.
    Feliz domingo y aquí el vídeo.
    http://www.youtube.com/watch?v=iKxfhJy43n0
    Besos cariñosos.

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  2. Lo de Japón me recuerda mucho del terremoto de Lisboa en el siglo XVIII y la reacción de Voltaire a ello, puesto que este terrible desastre también hace temblar mi débil y vacilante fe. Sin embargo, las palabras de Ana me recuerdan que, aún en los momentos más oscuros, el ser humano posee una grandeza que le permite superar todo y seguir esperando.
    La cuestión del mal, tanto el mal moral como el mal físico o ‘natural’, sigue siendo un misterio pero, para ser justo con Dios, a veces pienso ¿que tendría que hacer Dios para ser justo?....¿Haber diseñado una planeta tierra sin placas tectónicas para que no pudieran ocurrir nunca terremotos? ¿No permitir que nadie muera joven, sino dejarnos a todos vivir una vida larga?.....Pero, ¿cuan larga tendría que ser la vida humana para que Dios fuera justo.....200 años, 1,000 años o más? Me temo que, por muy larga que fuera, nuestra vida siempre nos parecería corta al ver acercarse su fin. Por supuesto, un Dios justo tendría que prohibir todo sufrimiento humano; supongo que deberíamos morir todos instantáneamente y sin dolor al alcanzar la edad que consideraramos razonable. También tendría que prohibir horrores como el Holocausto....¿como puede un Dios justo dejar a los Nazis exterminar a 6 millones de seres inocentes? Pero, supongo que tampoco debería dejar a un psicópata torturar y matar ni a un solo niño. En fin, para que Dios fuera realmente justo, tendría que intervenir en nuestro mundo de una manera tan continua que nuestra existencia sería reducida a la de unas marionetas controladas ferreamente viviendo sin ninguna libertad de decisión en un planeta diseñado para que pudieramos vivir feliz y eternamente. Supongo que lo que estoy describiendo no es, ni nunca puede ser, nuestra realidad terrenal sino algo que, de alguna manera cruda y metafórica, se parece al paraíso que la creencia religiosa nos tiene prometida. O sea, demandar que Dios sea ‘justo’ en este mundo es quizá adelantar y anticipar las cosas.
    Nadie ha podido resolver el enigma del mal de una manera satisfactoria pero me parece que hay probablemente sólo dos maneras de ver las cosas. Podemos asumir que el universo es un universo sinsentido y producto de fuerzas azarosas y ciegas. Si fuera así, ni podemos utilizar un término como ‘el mal’, puesto que dicho término carecería de sentido (¿alguien ha visto alguna vez un electrón malvado o un quark travieso?).
    La otra alternativa, la idea de que el universo está impregnado de sentido y ha sido la creación de un inteligencia amoroso, o sea Dios, aunque no aclara del todo el misterio del mal, nos permite usar la palabra ‘mal’ para expresar algo objetivo, nos permite
    dar sentido a nuestras vidas y, sobre todo, nos permite esperar.
    Me quedo con la segunda alternativa y asumo que Dios, lejos de ser la causa de catástrofes como la de Japón o un espectador indiferente, está al lado de las víctimas y sus familiares, y al lado del pueblo Japonés, ayudándole a superar su sufrimiento y, sobre todo, celebrando gozosamente, junto a la madre Japonesa descrita por Ana, la llegada de una nueva vida al mundo.

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