Me encantan las cinco de la tarde; no porque sea la hora de los toreros, ¡que también!, sino porque es el momento en que nuestros hijos vuelven del cole y, la casa, que hasta entonces había estado en paz pero vacía, se llena para ponerse, un día más, en pie de guerra...
Cuantas veces, en esas charlas informales de padres en las que intentamos ayudarnos los unos a los otros, hemos hablado sobre la importancia de las cinco de la tarde; lo fundamental que es poder estar para verles venir de lejos; para intuir lo que traen con ellos; para abrazarlos y sentirlos y que nos sientan; para escuchar; para hacerles saber que, en esa habitación tan privilegiada que ocupan en nuestro corazón, pueden sentirse seguros; para que encuentren en casa "El País de Nunca Jamás" del que, paradójicamente y aunque nos cueste, tenemos que, poco a poco, ayudarles a abandonar...
Te quiero mucho. Hasta el domingo.
Ana
Querida Ana...Nunca te he dicho que la primera vez que te vi fue a las cinco de la tarde.....estabas apoyada en un coche, junto a las escaleritas donde se sientan los niños de infantil y me fijé en ti...sonreías y pensé...¿esta de dónde ha salido que no la conozco ? Fué las cinco de la tarde la primera vez que hablamos y también fue el comienzo de una bonita amistad...aunque..... ni Alicante es Casablanca, ni tú ni yo Humprey Bogar ni mucho menos , por desgracia....Ingrid Bergman.No son las cinco, son las diez y ...este....es otro comienzo...mi bautizo bloguero que te debe a tí...como otras cosas más....como las buenas conversaciones ante las escaleritas del colegio a las cinco de la tarde. Gracias Ana por tu cita dominical a la que no faltas y a la que siempre me asomo como un niño a las cinco de la tarde cuando sale del colegio . UN beso. Manuela
ResponderEliminarBienvenida al blog mi querida Manuela. ¡Que alegría! No dejes de estar nunca ahí. No sabes cuanto me ayudan vuestros comentarios.
ResponderEliminarGRACIAS
Un abrazo entrañable
Ana
Hola, Ana. Tal vez no te acuerdes de mí. Soy Lola, la mujer de Rafa Torronteras. Nos vimos el año pasado en la Pascua, y me llevé una gran impresión, de todo en general, y de tí en particular. Reitero ahora lo de la impresión, desde que Rafa me comentó lo del blog. Me parece fabuloso. Tu entrada de hoy me toca muy de cerca, como madre y como docente, y por eso me animo a colaborar, porque yo también soy bastante tímida. Como tú, y como muchos otros, se el valor de esa hora de transición entre el día y la noche, cuando llegan nuestros hijos, y merece la pena detener un poco el frenesí diario para escucharles ( en casa piden turno, o se atropellan) pero ellos también valoran esa escucha atenta. Pienso también en todos los que no encuentran ese oído atento al llegar, por circunstancias diversas, y las terribles consecuencias que pueden llegar con los años. En aquellos que no encuentran la debida valoración a su esfuerzo (poco o mucho), porque para algunos padres, más de los que se podría pensar en un principio, el cole es sobre todo un parking vigilado. En fin, en toda la casuística que te vas encontrando en esta profesión, dura pero preciosa. A veces, tienes que poner el reloj a las 5 cuando en clase son sólo las 11 de la mañana y prestar una oreja a quien no la encontró la tarde anterior en casa...
ResponderEliminarTus palabras me hacen caer en la cuenta de la importancia de esa hora mágica, que sin pensar en ello, nos ayuda a crear vínculos fuertes con nuestros hijos. Es como tirar amarras que mantendrán los barcos cerca del muelle cuando soplen los vientos fuertes mañana o pasado...
Gracias, Ana. Un abrazo.
Querida Lola: Que alegría reencontrarte en el blog. GRACIAS. Y gracias también por tu perspectiva no solo de madre sino de docente. A pesar de lo duro que es, ¡que profesión tan noble la vuestra!
ResponderEliminarNos vemos pronto
Un abrazo entrañable
Ana