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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 24 de julio de 2011

Imagina



Imagina que la vida ha pasado y te has hecho mayor...
Imagina que, tras tantos años andando, las piernas han dicho ya no más y les has dado descanso sentándote para siempre en una silla de ruedas...
Imagínate en esa silla, empujado por la persona, casi igual de mayor que tu, con la que has compartido toda una vida...
Imagina que, después de tanto como habéis luchado y cuando solo queda rezar, os sigue gustando ir a misa de diario...Y que llegáis ahí cada mañana, tú en tu silla de ruedas, empujado por quien ha decidido permanecer a tu lado hasta el final...
Imagina que tu silla no cabe en un banco normal de la Iglesia y que quedas a un lado, un poco retirado, en una soledad no sé si querida pero no buscada...
Imagina que aún así, intuyes que el otro, el que te sostiene y empuja está un banco detrás de ti...
Imagina que vives la misa con piedad, con confianza pides por aquellos que quieres, y con humildad agradeces tanto como se te ha ido regalando...
Imagina entonces que se acerca el momento de acudir a comulgar...Y que sigues ahí, solo, sin poderte mover de esa silla que te ayuda pero que definitivamente te ha convertido en espectador del teatro de la vida... Entonces imagina que, de repente, sientes que la mano del que te quiere se posa sobre tu hombro para decirte que te va a acercar hasta el Señor...Imagínate empujado por él para recibir al Dios de la vida... Imagínate inmensamente agradecido y feliz.

Yo no puedo imaginarlo porque se me concedió la oportunidad de contemplarlo; una escena, estoy segura, que no casual, sino fruto de renuncias, de diálogo, de donación, de templanza, de entrega...Y, al contemplarlo, me sentí orgullosa del ser humano y profundamente feliz.

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana

1 comentario:

  1. Siempre me conmueve ver a la gente mayor, frágil o discapacitada realizar lo que es para ellos el enorme esfuerzo de acercase al altar para comulgar durante la misa. Parece que la necesidad humana de acercarse a Dios es tan imperiosa que estamos dispuestos a buscarle a Él a pesar de cualquier dificultad. Incluso es posible que, sin dificultades de algún tipo u otro, no hagamos nunca el esfuerzo de buscar a Dios-a lo mejor no hay ningún camino fácil hacia Él. En los momentos en los que la vida nos pone todo fácil, el ser humano tiene la tendencia de olvidar las preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida y de pensar que es autosuficiente.
    La grandeza humana verdadera (no la arrogante autosuficiencia) suele aparecer en momentos de dificultad, del mismo modo que se mide la grandeza de un deportista no según su capacidad de ganar los partidos o combates fáciles, sino según su capacidad de seguir luchando en los momentos de mayor dificultad (como dijo el gran boxeador Jack Dempsey: “El campeón es él que se levanta del suelo cuando le parece que no puede.”)
    La actitud hedonista tan en boga hoy en día sugiere que solamente la vida fácil y placentera merece la pena ser vivida. Si adoptamos esta postura no vamos a alcanzar nunca la grandeza de la que somos capaces.
    El hedonismo se casa facilmente con otra actitud desafortunadamente común en nuestro tiempo, la obsesión con la utilidad, la incapacidad de reconocer la valía absoluta e incondicional de todos los seres humanos, independientemente de su ‘utilidad’. En los últimos años de vida del papa San Juan Pablo II, mucha gente pensaba que debería dimitir. Sin embargo, pienso que fue precisamente en estos momentos tan duros cuando este gran papa alcanzó su máxima grandeza. Dio una lección magistral sin palabras a una sociedad que quiere esconder sus enfermos y sus discapacitados y que quiere vivir una eterna juventud con la ayuda de cremas, pociones y cirugía plástica. Su ejemplo fue un elocuente testimonio a favor de los pobres, los marginados, los feos, los enfermos, los discapacitados, todas las personas ‘inútiles’ que nuestra sociedad no valora.
    Una sociedad que deja de valorar sus miembros más débiles deja de ser una sociedad humana.

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