Paseaba una tarde con otra amiga cuando se encontró a un mendigo que les pidió le dieran algo para comer; llevaba días sin nada que echarse a la boca y estaba pasando hambre.
Ellas, con esa compasión que distingue a las buenas personas, invitaron al mendigo a que entrara en un bar y pidiera lo que quisiera. Ellas lo pagaban.
El mendigo, cuando fue a pedir, les dijo que también quería algo para su perro...Y mi amiga, que nunca ha tenido perro, reaccionó con sorpresa ante la petición: "¿Para tu perro...? Queremos que comas tu..."
"Lo siento señora- contestó el mendigo-. Si el perro no come, yo tampoco. El perro es mi amigo, ¿sabe?"
Mi amiga, rapidamente reaccionó e hizo lo que el mendigo le solicitaba. Mendigo y perro comieron por primera vez quizá en muchos días.
Y mientras ambos comían sucedió "el milagro": sin que mediaran más palabras, mi amiga y la suya contemplaron cómo la compasión bien entendida acoge al hombre entero con sus circunstancias; entendieron que, al ayudar, quizá no solo tengamos que satisfacer necesidades materiales, sino también intentar atender aquello que no se ve. ¡Que complejo es el ser humano y cuanta generosidad solicita la necesidad!
Y el perro del mendigo...cuantas noches de frío habrá soportado por estar junto a su amo del que no espera una casa confortable ni un plato lleno de comida sino el calor de quien le necesita en las frías noches de Madrid y lo acaricia cuando está dormido.
Te quiero mucho. Hasta el domingo
Ana
Otro domingo más, felicidades por tu sensibilidad y afecto.
ResponderEliminarQue estéis bien y ojalá no hayas olvidado la mirada sonriente de mis ojos ciegos.
Besos cariñosos.