Me remito a tus
comentarios de esta semana: nombrabas gestos como el de estar en
casa, estar presentes, permanecer...En el fondo, hablabas de la
necesidad de una presencia para ayudar a hacer personas y transmitir a Dios.
Pero... ¡qué complicado tener esa presencia hoy cuando el trabajo nos exige
estar fuera de casa tanto y a tantos! ¡Qué complejo estar ahí, cuando
ellos llegan, porque socialmente no hemos logrado, en la mayoría de los casos,
armonizar horarios! ¡Qué "ingrato" adaptar nuestras legítimas
aspiraciones profesionales a la necesidad de correr a casa a convertirnos en alguien que quiere
estar, sencillamente, al servicio de unos "locos bajitos" que un día
nos van a decir adiós!
Dando vueltas a esto, me vino a la memoria una
conversación que ya hará tiempo tuve con una amiga hablando sobre los
comedores escolares -esos que a muchos nos salvan de tener que dejarlo todo y
salir corriendo "para dar de comer"- Esta amiga de la que te hablo,
que es una persona ya mayor, me decía: "hace mucho que creo, y ya tengo
años, que la clave para hacer de nuestros hijos unas buenas personas
es desayunar, comer y cenar juntos"
¿Qué quería decirme ella? Que necesitamos volver a
recuperar espacios para estar juntos, para disfrutar de la mesa y mantel
que nos reúnen, para charlar, para acoger con la mirada y dejarse mirar.
Antes, la hora de la comida, por lo menos en mi casa
era sagrada. Hoy, siendo realistas, esto no es posible pero en algún rato,
quizás cuando el día termina para todos, hay que volver a sentarse a
la mesa juntos.
Por eso, hay que volver a reñir por ver a quién le toca
poner la mesa y sacar el mantel y los platos pensando en todos los que nos
vamos a sentar. Y apagar la televisión y volver a charlar de todo: de lo
que nos ha pasado, de lo que pasa en el mundo, de nuestros proyectos, de
nuestras dificultades…Y hay que hablar también de Dios: hay que volver a
pronunciar a Dios con un sentido vivificante. Es decir, quizá haya que analizar
los temas que surjan desde una perspectiva cristiana; y que el pensar con Dios
y desde Dios nos permita entender la vida de forma distinta a como nos la
presentan otros. Y que este análisis que hagamos desde los valores que
comporta el creer en Dios conmueva nuestros corazones; que igual que en Emaús,
arda nuestro corazón cuando queramos cambiar nuestro mundo desde la perspectiva
que el Señor nos enseñó.
Por último, creo que sentarse a la mesa juntos
significa agradecer el pan de cada día, ser conscientes de que lo que
recibimos es para compartirlo y repetir el gesto de partir el pan que Jesús nos
dejó como herencia.
Te quiero mucho. Hasta el domingo
Ana
Yo también creo que compartir el pan y el mantel, a pesar de esas riñas permanentes sobre a quién le toca poner la mesa, o las críticas a la monotonía del menú (¿Otra vez lentejas, mamá?), es mucho más que el simple acto de alimentar nuestro cuerpo. Es el momento en que salen los comentarios sobre la jornada, las anécdotas, los planes para los días siguientes, las inquietudes... Es una pausa tranquila (a veces no tanto como quisiéramos), y también es una clase de buenos modales (usa bien los cubiertos, por favor), de valores para la vida (¿te dejo el último trozo?), de actitudes de escucha (oye, que ahora me tocaba hablar a mí).
ResponderEliminarCuando éramos pequeños, todo eso iba inconscientemente junto con las galletas del desyuno, el plato de arroz de la comida, el bocadillo de la merienda..., y ningún padre se planteaba si era necesario o no. Hemos acelerado tanto la vida que ahora hay que hacerlo conscientemente, sabedores de la necesidad de compartir ese tiempo de familia. Pero incluso así, soy positiva. Quizás ese cuestionamiento nos de la oportunidad de hacer ese tiempo aún más rico. Como dices, pensar con Dios y desde Dios, y que nuestros hijos se sienten a la mesa con la sensación de que hemos puesto un plato más, porque tenemos un invitado especial.
Un beso grande.
Tenemos que recuperar el valor de la mesa como lugar de reunión de la familia, como lugar de encuentro, como lugar de educación a los hijos, como lugar serio porque, en estos tiempos mucho mas, la comida es muy importanmte y tenemos que agradecer a Dios y nuestros hijos deben aprender a valorarlo, que somos unos privilegiados por el simple hecho de poder comer todos los días. Encontra estamos nosotros mismos que sin darnos cuenta nos atrapa la televisión, la noticia..., a ellos los móviles, los "toques"...y se pasan las pocas comidas en que, por el horror de vida que llevamos, coincidimos toda la familia juntos, se pasan sin pena ni gloria. ¿Bendecimos la mesa siempre?, si no empezamos así, ¿como queremos que esté Dios presente en ella?. Son detalles, costumbres tan importantes que son imperdonables que se nos pasen. Quizás pienso, deberíamos empezar por algo sencillo e importante como eso.Un beso. Fernando.
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