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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 15 de mayo de 2011

Cuando la vida nos pone a prueba

Llevo una temporada en la que, súbitamente, mucha gente joven - ¡vaya, de mi edad!- que me rodea y a la que quiero se pone malita y muy malita.
La lista de aquellos por los que pedimos mi hija y yo en nuestra oración de cada noche se ha ido haciendo, casi sin darnos cuenta, cada vez más larga... Inesperadamente, la vida nos pone a prueba...

Y yo me entero así: estás afanada en los quehaceres cotidianos y, de repente, suena un teléfono al que contestas con la alegría de poder hablar con un amigo; sus palabras anunciando las malas noticias te sobrecogen, te desconciertan, te dejan helado; ninguno de los dos sabemos lo que decir, hay silencios, vuelven recuerdos que nos hacen esbozar sonrisas amargas... pero aún así acabamos acordando la estrategia de lucha- de alguna manera, el ser peleones, el luchar por nosotros mismos y por otros, nos ha unido en la amistad y no iba a ser menos ahora-; tras un buen rato cuelgas mientras te quedas colgado de tanto como lo que te une a tu amigo...
Sus noticias han irrumpido en nuestra cotidianidad brutalmente, sin piedad, sin pedir permiso y te estremecen y noquean y tocan algo en tu interior que te impide ser el mismo que habías sido hasta ese momento.

Los amigos de quienes te hablo son jóvenes, luchadores, fuertes, a los que en uno de los momentos más jugosos de su vida va la enfermedad y les pone a prueba. Son personas en la mitad de su proyecto vital; aún les queda un montón de cosas por hacer; y yo, egoístamente, necesito de su presencia en este mundo. Son gente muy válida profesionalmente, generosos, indispensables en sus familias, gente de bien a la que las circunstancias les obligan a hacer el esfuerzo de olvidarse de todo y de todos y de luchar por ellos mismos. Para ellos, súbitamente, todo lo planeado queda suspendido; llegan otras prioridades que, sin solicitarlo, se imponen; lo que hasta ese momento había sido imprescindible pierde toda su importancia; lo insospechado se convierte en protagonista.


Pero son amigos en los que, a pesar de la dificultad con la que han de enfrentarse, la vida puede más. Y lo creo porque en esos momentos en los que los demás nos quedamos paralizados por la noticia, ellos, en silencio, en esa soledad profunda en la que uno se enfrenta a la realidad más cruda de la vida, ponen en marcha resortes que les lanzan a luchar, a buscar soluciones, a aferrarse a la vida.

Y yo, ¿qué hago? Lo primero que les digo es que les quiero- menos mal que se lo he dicho también en otras ocasiones; nunca me ha gustado dejar para los momentos trágicos las declaraciones esenciales y la del amor es la más sublime-; después doy mi tiempo y toda mi energía para ayudarles en su estrategia; casi simultáneamente les acomodo en esa habitación privilegiada del corazón que tiene acceso directo a la memoria, en la que abundan las almohadas de la esperanza y siempre está inundada por la luz de la fe...
Cuando dejo de pensar en ellos- si eso fuera posible- miro a mi alrededor y, con un dolor que me reprende por mirarme a mi misma en momentos así, pienso que qué suerte tengo; que cuantas gracias hemos de dar por el don de levantarnos con energía cada mañana y por constatar que, de momento, la vida respeta nuestra cotidianidad.
Con el paso del tiempo he aprendido una cosa: la vida se empeña en enseñarnos, la mayoría de las veces con golpes brutales, que hay muy pocas cosas esenciales - ya lo hemos comentado más veces: la mayoría de ellas son invisibles a los ojos-; que, como ya nos advirtió Jesús en su parábola, "a cada día le basta su afán"; que lo único que poseemos es el presente y la capacidad de disfrutarlo...Somos alumnos testarudos, sin embargo; muchas veces, afanados en las pequeñeces de cada día nos olvidamos del hermoso regalo que es vivir.

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana

2 comentarios:

  1. Mª Jesús García15 de mayo de 2011, 10:19

    La vida es verdad que es la gran maestra y nos hace experiemtar, con sus "lecciones" a veces difíciles de aprender,que no debemos de dormirnos en los "laureles", a veces con experiencias duras, difíciles...
    Cada nuevo día nos trae la novedad preciosa de vivir coherentemente, rectificar pautas rutinarias, que nos apartan de la novedad y la sorpresa de dar gracias de nuevo por tanto.
    Y hemos de comenzar de nuevo, sorprendernos a nosotros mismos con tanta riqueza y belleza y cariño de los que nos rodean y todo, para repartir algo de tanto como se nos regala, con pequeños retazos de amor. Gracias por el aterrizaje.

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  2. Como dijo Pascal, en el día a día solemos entretenernos con una serie de cosas-cosas del trabajo, del futbol, de la economía, de los viajes, del cotilleo.....nos metemos en una serie de actividades, cuanto más frenéticas mejor, para evitar pensar en las grandes preguntas sobre el sentido de nuestra existencia. Es posible que, salvo en el caso de
    algunas personas dotadas de una fuerza mental excepcional o de una fe inquebrantable y sin fisuras, esta manera de vivir sea la única compatible con mantener la salud mental. Sin embargo, a pesar de todos nuestros esfuerzos de distraernos, a veces la dura realidad se impone, invadiendo nuestra vida cuidadosamente controlada y haciéndonos plantear, a regañadientes, las preguntas fundamentales. En estos momentos las distracciones ya no valen. Blas de Otero ha descrito la angustia existencial del ser humano en un poema conmovedor e impactante que se llama, simplemente, ‘Hombre’:

    "Luchando, cuerpo a cuerpo con la muerte,
    al borde del abismo, estoy clamando
    a Díos. Y su silencio, retumbando,
    ahoga mi voz en el vacío inerte.
    Oh Dios. Si he de moir, quiero tenerte
    despierto. Y, noche a noche, no sé cuando
    oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando
    solo. Arañando sombras para verte.
    Alzo la mano, y tú me la cercenas.
    Abro los ojos: me los sajas vivos.
    Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
    Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
    Ser-y no ser-eternos, fugitivos.
    ¡Angel con grandes alas de cadenas!"

    Admiro los ateos valientes que son capaces que vivir con este ‘horror a manos llenas’
    descrito por el poeta pero yo no poseo este coraje que me parece casi sobrehumano. Necesito creer que, a fin de cuentas, nuestra vida tiene sentido. Para los que, como yo, no tienen la suerte de tener una fe libre de dudas angustiosas, hay que elegir entre creer en un universo absurdo y un universo impregnado de sentido. Como dijo Pascal en su famosa ‘Apuesta’, si apostamos por creer en un universo con sentido las ganancias en la vida venidera serán incalculables, mientras que las ‘pérdidas’ que experimentaríamos en la vida terrenal serían mínimas-de hecho, Pascal dijo que, apostando por el sentido, recibiríamos enormes beneficios en esta vida también y es cierto-los creyentes gozan, o deberían gozar, de una alegría profunda que puede ser ensombrecida temporalmente pero que nunca puede ser destrozada por completo por ningún suceso vital, por muy duro o trágico que fuera. Por lo tanto, y si es por cobardía me da igual, apuesto por el sentido de la vida. El sufrimiento es un misterio insondable pero si vivimos en un universo si finalmente carece de sentido, el sufrimiento humano, más que un misterio, es un absurdo insoportable.

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