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"Para Dios, nada es imposible" (Lc. 1,37)

domingo, 6 de noviembre de 2011

Polvo de estrellas





Esta semana he acompañado a una amiga cuya tía abuela ha muerto de repente. Su "Tatá", como mi amiga y sus hermanas la llamaban, había compartido con ellas toda una  vida; les había entregado su cariño, su tiempo, su existencia...
Y ellas también la han sabido corresponder con amor, con compañía, con inmensa ternura.

Ser testigo de su dolor en el tanatorio me remontó a ese momento de la vida en el que yo perdí a mi abuelo. Fue mi primera muerte y, al recordarla, aún me sigue doliendo...

Por ello y aunque parezca anacrónico, he vuelto a pensar en la importancia de los abuelos.
Hoy no sé si están de moda; probablemente, la mayoría de las veces resulten incómodos, nos den trabajo, no entiendan nada de lo que vivimos y, a nosotros, nos cueste explicárselo. Pero yo, en la medida que me voy haciendo mayor, los veo como esas personas que tras tanto vivir gozan de esa sabiduría que les permite distinguir entre lo que es accesorio y fundamental. Y, en lo fundamental, dan la vida.

Cuando llega el verano, me gusta enviar a mi hija unos días con su abuela. Creo que el encuentro entre los dos extremos de la vida es algo maravilloso. Porque fomenta la complicidad; permite a la sabiduría poner cierto orden en el caos juvenil; devuelve la vida a aquellos que piensan que les faltan las fuerzas;  crea una alianza entre mayores y jóvenes que nos ayuda a todos a hacer lo que tenemos que hacer...Haley lo dijo de otra manera: "Nadie puede hacer por los niños lo que hacen los abuelos: salpican una especie de polvo de estrellas sobre sus vidas"

Hay culturas que lo han entendido muy bien: no han renunciado a la sabiduría de sus mayores. Ellos ocupan un lugar importante en las familias, sus opiniones son escuchadas y valoradas, se les hace caso y respeta...A nosotros, creo que nos toca reaprender esta actitud que sin darnos cuenta hemos perdido...

Queridas Cristina, Paloma y Teresa: se os ha ido Tatá... Tiene que ser así. La naturaleza tiene estas leyes que solo en escasas ocasiones rompe...pero no olvidéis nunca el legado que os ha dejado. Ella, desde el cielo, seguirá siempre salpicando vuestras vidas de polvo de estrellas.

Te quiero mucho. Hasta el domingo

Ana




2 comentarios:

  1. Gracias Ana, por expresar, de manera tan sencilla y cercana, las vivencias que estamos teniendo porque Tatá nos ha dejado.

    Damos muchas gracias a Dios por toda su vida, que ha sido de generosa entrega hacia todos, especialmente, los que hemos estado más cercanos y tenido la suerte de disfrutar de su carácter alegre, enérgico y siempre conciliador.

    Debemos destacar de Tatá su disponibilidad para el servicio: allí donde veía que era necesario ayudar, ahí estaba ella.

    También, su amor a la naturaleza: ¡cómo cuidaba las plantas!; a veces decía: “no se os dan bien porque no os preocupáis de ellas; ¡hay que hablarlas!”. A los animales (los “bichinos”, como ella decía) los domesticaba, en el más pleno sentido de la palabra; los enseñaba los hábitos que debían tener en la casa y hablaba con ellos, obteniendo respuestas cuasi racionales.
    Fue siempre una persona abierta y acogedora con las personas, a quienes entregaba su simpatía y gracia en la conversación. En las salas de espera de médicos, elegía a aquellas personas, que ella percibía como más decaídos o preocupados, para con discreción, iniciar una conversación que les pudiera hacer olvidar sus preocupaciones, o darles ánimo y esperanzas de mejora en sus dolencias o enfermedades. Cuando ella pasaba a la consulta, aunque se encontrase mal, todo lo enfocaba de manera positiva, y su trato alegre y espontáneo provocaba, muy frecuentemente, que los doctores/as terminasen pidiéndole permiso para darla un beso.

    Los niños eran su mundo más vivencial: tenía un don especial que conseguía estar rodeada de ellos, fuesen hijos de nuestros amigos, o los que se encontraban en el parque. Siempre estaba pendiente de que no se lastimasen; a veces, ella los cuidaba con mayor atención que sus propias madres.

    Era soltera y, a veces, decía “no he tenido hijos, pero he criado a cinco”; es cierto, primero, a su sobrina y sobrino, con los que vivió en la casa y, después, a sus tres sobrinas-nietas. Con los cinco derrochó entrega, paciencia, cariño y generosidad, sin límites. Los observaba con tal atención que, antes de que le pidiesen algo, ella ya lo había percibido; jugaba y, sobre todo, les enseñaba reglas de comportamiento, buenos modales y advertía de posibles peligros. Los cinco la adoraban. Siempre dije que, gracias a ella, “¡mis hijas han tenido una infancia que ya la hubieran querido los hijos de los reyes!”.

    Dios la acompañó y dio una muerte muy buena. Su último hecho fue invitar (“convidar” era su expresión) a su hermana a vino dulce; después se sentó junto a ella y así, al instante, se despidió de este mundo.

    Descanse en paz esta persona de bien; tenemos la completa confianza que Dios la habrá acogido, porque fue buena para todos.

    Ana, claro que los abuelos son muy importantes para la vida de los nietos: ellos tienen mucha más paciencia que los padres, les dedican todo su tiempo, sin mirar al reloj, y establecen una complicidad con sus nietos que, a veces, parece que, aquellos, se vuelven niños.

    En este mundo de prisas, que nos toca vivir, es muy gratificante pararse y contemplar el rostro de los abuelos: la ternura y alegría con la que llevaban de la mano a sus nietos, o cómo les esperan en la salida del colegio, la pasión con la que les cuentan sus historias, que es esa forma dulce de enseñar y transmitir experiencia, vida, cariño y amor.

    Gracias Tatá, confiamos que tus enseñanzas y virtudes las llevemos a nuestras vidas y sepamos compartirlas, como tú hiciste con nosotros.

    (Gracias Ana, por permitirnos esta reflexión)

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  2. Mi sentido pésame. No se como llegué hasta aquí, pero que bueno tener amigos como Ana, que sepan apoyarte en momentos tristes como este. Saludos desde alguno de mis hoteles en argentina. Suerte!

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